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Entre visillos

La muerte vive en Gaza

El periodista estaba contando a los telespectadores el último bombardeo israelí sobre Gaza, narraba los detalles de los desastres de los que había sido testigo pero a Wael Al-Dahdouh, corresponsal de la cadena Al Jazeera, le pudo la angustia. Desde el corazón de su estómago el dolor oprimió su garganta hasta ahogarla en el silencio. En ese momento sólo quería llorar, no hay duda de que Wael se sintió hermano de los asesinados y compartió el dolor de sus familias. Salió del plano de la transmisión en directo y desde el estudio sus compañeros hubieron de poner voz al desastre mientras él se ahogaba entre lágrimas de indignación y dolor. Ponerse en el lugar del otro debiera ser sencillo, pero eso no es un gesto habitual. Es humano desmoronarse ante semejante catástrofe y es un síntoma de la enfermedad colectiva, que padecen nuestras civilizadas naciones, vivir como si nada ocurriera y sin ningún pesar en la conciencia.

Son tantas las guerras encubiertas que se han librado en la franja de Gaza que hace tiempo que me cuesta recordar las excusas que las iniciaron. La ONU dice estar preocupada y los más osados de la Unión Europea, mirando a EEUU, apuntan que “quizás” se esté violando la legalidad internacional por parte de Israel. Yo no tengo ninguna duda de que así es, entre otras razones porque Israel lleva años incumpliendo las resoluciones de Naciones Unidas sin que pase nada. En realidad el lobby judío es demasiado potente para pensar que la diplomacia internacional, tan hipócrita como lenta en la adopción de medidas, va a ponerle freno. Esta ocurriendo algo terrible, algo que ya sucedió en la Primera Guerra mundial, su larga duración hizo que la desgracia fuera tan cotidiana que fue relegándose de la preocupación de la gente hasta dejar de pensar en ella. El conflicto entre Israel y Palestina lleva años enquistado y no es fácil ver la salida a tanto dolor y tanto odio como se ha generado gratuitamente como fruto de la soberbia, la ambición y la intolerancia de los extremismos religioso-ideológicos de ambas partes.  

El asesinato de unos niños jugando en la playa, el bombardeo de un hospital (en dos ocasiones) y de otros objetivos civiles ha causado la muerte de más de setecientas personas de las cuales la cuarta parte son niños. Las espeluznantes noticias ya no conmueven al mundo. El problema, a fuerza de parecer irresoluble, puede terminar enquistándose en un pequeño apartado de las noticias del día como ha ocurrido con el conflicto de Siria. La ONU pide un alto el fuego y las organizaciones no gubernamentales la apertura de un corredor humanitario, la gente que intenta huir no puede hacerlo, está atrapada entre dos contendientes con medios muy diferentes aunque alimenten odios semejantes. Creo que Israel está poniendo en riesgo su ya menguada credibilidad. No es que me ponga del lado de unos y en contra de otros, pero es indiscutible que hace tiempo que en este conflicto no existe proporcionalidad entre las supuestas ofensas y la respuesta de los presuntamente ofendidos. Gaza puede convertirse en un gigantesco cementerio. De momento es un lugar en el que lo único que se siembra es dolor y lo único que florece es el odio. El siglo XX fue escenario de dos grandes guerras mundiales que estremecieron al mundo, hace un siglo de la Gran Guerra y todo indica que no hemos aprendido nada porque el siglo concluyó igual que inició el XXI con muchos frentes de guerra abiertos y demasiados odios cosechados. Los seres humanos parece que amamos tanto la vida que preferimos invocar la muerte para no olvidar lo insignificantes que somos en comparación con las dosis de crueldad que generamos.

La muerte no puede seguir campando a sus anchas en la franja de Gaza, pero para eso alguien tiene que entrar en razón y no veo que haya nadie con capacidad para lograrlo. Hace tiempo que dejé de creer en la ONU, me gustaría que se demostrara que sirve para algo. ¡Por favor, paren ya!

 

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María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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