Jordi Pujol había soñado muchas veces sobre cómo le recordaría la historia, veía su nombre escrito encima de los de Francesc Macià o Lluis Companys. Él siempre se consideró un estadista, el salvador de la patria catalana, sin embargo, hoy sabe que cuando se escriba la historia del tiempo presente su nombre, en vez de aparecer grabado con letras de oro, será incluido en el catálogo de pillos, pícaros y truhanes que poblaron España desde la restauración democrática. Si el recuerdo pestilente de Luis Roldán parecía insuperable hasta que llegaron Luis Bárcenas y Urdangarin hoy podemos decir, sin menospreciar sus hazañas, que los tres han quedado sobrepasados por el “honorable” Jordi Pujol. Con Hacienda y los jueces pisándole los talones, el jefe del clan de los Pujol se ha visto obligado a confesar que lleva toda la vida mintiendo a ese pueblo al que con solemnidad había jurado defender. Cuánto más se envolvía en la bandera catalana y más identificaba su figura con la invocación a la patria más engordaba su cuenta corriente en paraísos fiscales.
El “muy honorable” ha pedido perdón a sabiendas no sólo de que ese gesto es insuficiente, sino que es una verdad a medias, es decir, que se trata de otra gran mentira como lo ha sido toda su trayectoria política pues ya llegó al gobierno de Cataluña con esa hipoteca moral que él bien conocía. Lo de la herencia de su padre ha dejado tan boquiabierta a su hermana como al resto del mundo que empezamos a intuir que el fortunón atesorado y escondido en paraísos fiscales es el fruto de ininterrumpidas mordidas abonadas a cambio de concesiones de obra o servicios públicos. Una vergüenza se mire por donde se mire. No es de extrañar que algunos hagan chistes sobre las causas por las que los nacionalistas reclamaban una Agencia Tributaria propia, ¿para encubrirlo?
Este escándalo mayúsculo además de abonar el desprecio hacia quien ha estado presumiendo de honestidad, no deja de ser terrible para la credibilidad de nuestro sistema democrático que hace tiempo que hace aguas porque los órganos de control están a las órdenes de los partidos que nombran a sus representantes y no de la transparencia y por tanto de la ciudadanía. De este nuevo saqueo sólo sabemos, de momento, el comienzo. Algunos conocían los detalles desde hace años pero los callaron por intereses inconfesables. No cabe duda de que al partido de Artur Mas la herencia de Pujol lo ha dejado noqueado, como herido ha quedado el proceso independentista, pero no debemos pararnos en este punto, la enfermedad es mucho más grave y nos afecta a todos. En esta tierra de pillaje tenemos que otorgar un merecido recuerdo, estos días, a dos ciudadanos “ejemplares” como Jaume Matas, expresidente de Baleares y exministro de José María Aznar, hoy en prisión por una tontería como dice su amigo el diputado Martínez Pujalte. También está camino del trullo el inefable Carlos Fabra, constructor de aeropuertos sin aviones, para quien sus amigos del PP colectan firmas para su indulto. Tampoco podemos olvidar al exdirector general de la Junta de Andalucía, Javier Guerrero y sus compinches que se forraron con el dinero de los ERES, ni que los tres últimos tesoreros del PP acaban de ser procesados por el juez Ruz. En definitiva, que si a todos nos molesta tener un estercolero cerca fíjense en el tamaño que tiene éste.
Desgraciadamente la transición, con sus errores y sus aciertos, se la han cargado quienes vieron en su llegada al poder no un medio para servir a la sociedad sino simplemente el modo de forrarse. No era suficiente para ese tipo de políticos ganar la complicidad y el respeto de aquellos a los que representaban sino que el gobierno fue el medio utilizado por algunos para escalar socialmente, creando una nueva clase privilegiada de millonarios comisionistas. Ya saben, que no hay cosa peor que la soberbia que gastan los nuevos ricos si además se creen impunes. No habrá esperanza de regeneración hasta que sobre toda esta gentuza caiga todo el peso de la ley y sobre quienes los encubren y disculpan la inmensidad de nuestro desprecio.