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Entre visillos

Ya lo dijo Einstein

Ya demostró Einstein, y nadie le ha desmentido, que el tiempo y el espacio no son absolutos sino relativos respecto al observador que los mide. Aplicando la teoría de la relatividad a nuestra querida España, podemos deducir sin temor a equivocarnos que los mismos datos producen en quien los escucha distintos efectos según el punto de observación en que se sitúen. Analizando los últimos datos de desempleo facilitados por el gobierno, si hacemos caso a Einstein, podemos deducir que las mismas cifras producen diferentes reacciones y conclusiones diversas. El mes pasado se descontaron 29.841 parados respecto a junio, es decir un 0,6% menos y una bajada interanual del 5,9%. ¿Es mucho o es poco?, como diría Einstein, depende. Si estuviéramos en una tasa de desempleo muy baja estos porcentajes serían espectaculares, pero como es elevadísima, se trata de un minúsculo oasis en un inmenso desierto.

La desproporcionada reacción de entusiasmo de Rajoy y su gobierno nada tiene que ver con la que se escucha a pie de calle. En general, el empleo que se crea es estacional, a tiempo parcial y cada vez peor pagado. El que lleva mucho tiempo llamando a las puertas de las empresas sabe que cada día que pasa tiene menos posibilidades de encontrar un empleo que le permita vivir. No hay que perder la esperanza, sí, pero parece que ésta vive demasiado lejos y tendrá que pasar mucho tiempo antes de alcanzarla y, claro, como diría Einstein, el tiempo no corre igual para el que espera un empleo que para la corte de charlatanes que nos repiten que la crisis ha llegado a su fin. No van a pasar igual el verano Mariano Rajoy, que tras los últimos datos se cree el Cid Campeador, que el parado de 55 años que se ha quedado sin prestaciones ni que el joven que espera en septiembre hacer las maletas rumbo a un subempleo en Alemania o en la vendimia francesa.

Hay otro dato de esta semana que pone de manifiesto la distancia cada vez mayor entre el político convencional y la calle. Los últimos datos del CIS certifican el desplome en intención de voto de los dos partidos políticos que han gobernado España desde el advenimiento de la democracia y el avance de una nueva fuerza, Podemos, que parece consolidarse contra todo pronóstico de analistas y supuestos expertos y que está captando votos de todos los estratos sociales. Mariano Rajoy cree que si se consolida el crecimiento económico todos los desaguisados perpetrados contra el estado de bienestar y el inmenso pecado de corrupción de su partido les serán generosamente perdonados por un electorado temeroso de lo que pueda llegar. No se da cuenta de que el crecimiento no sólo es todavía imperceptible, sino que no hay garantías de su permanencia. Ahí tenemos a Italia que acaba de certificar de nuevo un crecimiento negativo. Por su parte el PSOE acaba de renovar su liderazgo aunque el resto de su estructura territorial, las poderosas baronías, siguen inmutables. Si su electorado, cada vez menos fiel, no observa cambios radicales, percibe titubeos contra la corrupción y no vislumbra otra forma de hacer política es posible que inicie, en vez de la remontada que esperan, el descenso a la marginalidad.

Pedro Sánchez, en su proclamación, apuntó que en esta crisis el problema no ha sido la economía sino la política la que ha fallado. En esa consideración lleva toda la razón, la vocación transformadora que debe tener la política se convirtió en un instrumento protector de los poderes económicos. Objetivamente han sido la falta de regulación, la ausencia de controles y el sometimiento de la clase política a la especulación organizada y al enriquecimiento ilícito, los que hicieron que los ciudadanos se sintieran traicionados por sus representantes. Hoy la calle demanda a gritos cambios sustanciales en el sistema, no quiere destruirlo pero sí regenerarlo radicalmente. La historia enseña que si los cambios no se propician desde arriba, éstos se acabarán consiguiendo desde abajo. Mensaje a los de arriba: caminen por las calles.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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