Esta semana ha sido propensa a las malas noticias. La vida transcurre alejada de nuestro control y dejando a nuestro lado más dudas que certezas, lo que inevitablemente nos impulsa a un contradictorio escepticismo. Robin Williams decidió dejarnos antes de lo previsto. En la crudeza de su despedida advertimos, una vez más, que nada es como aparenta o cómo intuimos que es. Él seguramente lo tenía todo desde el punto de vista material pero carecía del bálsamo que mitigara su dolor interior, ese mal no tiene cura. La angustia lo desgarró y es que desde el principio cada uno transita por la vida como puede pero, sobre todo, en solitario. No somos quienes para juzgar, quizás sólo para tratar de comprender. En El Club de los poetas muertos él fue ese profesor que transmitió a sus alumnos y a nosotros que había que “vivir a fondo/y extraer todo el meollo a la vida/Dejar de lado todo/lo que no fuera la vida/para no descubrir,/en el momento de la muerte,/que no había vivido”. Hasta siempre, capitán. Nos has hecho reír muchas veces pero esta vez nos has dejado tristes. Qué cierta parece la idea, tantas veces repetida, de que el humor nace del dolor.
Si a Robin Willians lo destrozó la angustia al sacerdote Miguel Pajares lo devoró el ébola. Su traslado a España, dejando a otros religiosos en Liberia y su costoso traslado, nos han dejado sobre la mesa enconadas discusiones y reflexiones morales. Lo cierto es que sin esta circunstancia extrema de la terrible epidemia, jamás le hubiéramos conocido como tampoco conocemos a los miles de cooperantes, religiosos o no, que entregan su vida y renuncian a su bienestar para dedicarse a paliar el dolor de millones de personas que habitan países donde la vida no vale nada. Yo siempre he sentido un profundo respeto por esas personas que venciendo el natural deseo de vivir de forma confortable se entregan a una tarea preñada de generoso altruismo que jamás tiene recompensa económica, ni posiblemente vital, porque convivir permanentemente con el dolor, autodestruye. Es cierto que Miguel Pajares era un religioso de fe católica y que algunos consideran que en el momento crucial, ante la difícil situación, decidió pedir el regreso anteponiendo las posibilidades de vida que otorgaba la ciencia médica al reposo intelectual que debía proporcionarle su fe cristiana. Es la vieja dialéctica entre la fe y la razón y la fuerza de la una y de la otra en la vida de cada uno. Como ya he dicho, la vida está más plagada de incertidumbres que de certezas, por eso entiendo que es humano tener dudas como las tuvo Miguel Pajares, cuando la enfermedad ya lo había minado y añado: ¿quiénes somos para juzgarle? Seguramente resulta más sencillo reprochar las debilidades de los demás que reconocer las nuestras.
Estoy hablando del hombre, no de su congregación religiosa ni del gobierno de España, con ellos mi opinión no sería tan benévola. Seguramente la conveniencia política ha primado más en la decisión del gobierno que otros aspectos que la ciudadanía cuestiona o discute, pero eso ya no nos sorprende. Hemos visto como envueltos en la bandera muchos proclaman tomar decisiones en nombre de la patria o por nuestro bien y mientras engrosan sus cuentas corrientes en paraísos fiscales. Ahí está toda esa larga lista de sinvergüenzas que ha culminado con el ya Nunca Jamás Honorable Jordi Pujol y aquí no ha pasado nada. La repatriación ha sido cara y discutible, cierto, pero más costoso ha sido el expolio de tantos truhanes que no merecen el respeto que me inspiran este religioso, muchísimos misioneros o cooperantes, como los repatriados en 2012 de Somalia o de Mauritania. Al menos no se forran ni se enriquecen, simplemente tratan de salvar sus vidas en situaciones extremas. El mundo está loco y lo sabemos. Así que en esta semana triste de agosto, recuerdo a Robin Williams y el poema de Tennyson en la película ya mencionada: Venid amigos/No es tarde/para buscar un mundo nuevo,/pues sueño con navegar/más allá del crepúsculo…