Es indiscutible que en España tenemos verdadera pasión por el teatro aunque la tendencia hacia lo tragicómico es nuestro fuerte. Piensen en la vida política española y en seguida descubrirán grandes actores y actrices que brillan con luz propia, acompañados por avezados actores de reparto y secundarios que dan vidilla a las polémicas mientras son aplaudidos por una panoplia de periodistas pelotas que saludan sus ocurrencias como si fueran expuestas por catedráticos de Harvard o de Cambridge. Lo cierto es que algunos llevan tanto tiempo representando a sus personajes que han terminado por creerse su propia ficción, les pasa lo que a Johnny Weismüller que tantos años siendo Tarzán terminó por creerse el rey de los monos. Aparentar, esa es la clave actual de la política española. Hablar de honor y servicio a los demás mientras se practica la corruptela y se persigue el beneficio. La profesionalización excesiva ha terminado con el altruismo generoso de la vocación por lo público y eso, precisamente eso, es lo que ahora hay que recuperar.
El PP se proclamó ganador de las elecciones europeas y se congratuló del batacazo del PSOE, pero en la calle Génova se encendieron todas las luces de emergencia. Allí, donde durante años circularon sobres y se otorgaron puestos bien remunerados en todas las administraciones públicas, han echado cuentas y los números no les salen. El chiringuito se puede hundir. Así que visto que la ciudadanía está indignada por el teatrillo que han montado acaban de inventar una nueva argucia y proclaman que es necesaria una regeneración democrática. Yo creo, sinceramente, que la regeneración es urgente, aunque añado que antes es necesaria una desinfección tan profunda que pasa por enviar al paro a una larga lista de incompetentes.
A escasos meses de las elecciones municipales mientras algunos alcaldes se esfuerzan en hacer obras precipitadas y lavados de cara a precio de oro olvidando que los verdaderos problemas son el paro, el empobrecimiento general y el deterioro de los servicios públicos, el PP ha puesto sobre la mesa un nuevo engaño: la elección directa de los alcaldes. Es cierto que la propuesta no suena mal pero, si analizamos la letra pequeña, otorgar la alcaldía a la lista más votada cuando supere el 40% de los votos, lo anuncia es un pucherazo electoral con apariencia de profundizar en la democracia para tratar de impedir coaliciones que sumadas representen la mayoría del electorado. El resultado de las elecciones europeas y los sondeos posteriores apuntan a una fragmentación del voto que puede hacer peligrar numerosas alcaldías hoy gobernadas por el PP. La irrupción de nuevas fuerzas políticas como Podemos o de movimientos ciudadanos como el de Ada Colau u otros, pueden dar un vuelco al panorama político municipal. En la situación actual hay una demanda de mayor participación y ya no se añora el tipo de alcalde-albañil que tuvo que poner en marcha las infraestructuras de las que carecían la mayor parte de los pueblos y ciudades de España. Es momento de mayor complicidad con la problemática social y la visión estratégica de los municipios que de fuegos artificiales y de inauguraciones de cosas generalmente innecesarias. Que los ciudadanos de hoy prefieren elegir a su alcalde directamente es cierto, pero hay muchos procedimientos y están ensayados. Puede hacerse también con una segunda vuelta que consolide mayorías, como en el caso francés o puede, por fin, practicarse la experiencia de las listas abiertas y la limitación de mandatos.
Sería mejor que el PP no trate de engañarnos de nuevo, la lista de mentiras es larga. Hoy hablan de más democracia pero la urgencia esta vez la inspira el miedo, ya que perpetuarse en el poder es, hoy por hoy, el único argumento de esta obra. En España algunos han convertido la política en un gran teatro especializado en tragicomedias pero es bueno instarles a que, por favor, no la conviertan en un circo.