Llevaba tiempo Alberto, como escribí la semana pasada, dando vueltas como loco por los pasillos del laberinto por los que andaba perdido con su anteproyecto de ley del aborto bajo el brazo. Está claro que de él sólo podía salir con ayuda de Dédalo que fue quien lo construyó, es decir, de Rajoy. La realidad ha sido terriblemente dura para Gallardón. Parece mentira que habiendo sido líder carismático de la simulación y el embaucamiento no haya aprendido que en política lo mismo te aplauden con fruición tus compañeros de partido que te tiran al cubo de la basura y precintan la tapa para que no levantes cabeza. Digamos que esto último es lo que le ha ocurrido al listo de Alberto Ruiz Gallardón. Él iba y venía con su ley a mostrársela al jefe y mientras otros gurús le llenaban a Rajoy la mesa de encuestas que le indicaban que para ganar las elecciones era necesario buscar el centro político, algo tan complicado de encontrar como el santo grial de la leyenda artúrica.
Él amenazó con dimitir y ese órdago público, tantas veces repetido, no le ha dado esta vez resultado. Rajoy no le pidió que reconsiderase su postura, no insistió en que se quedara por el bien del PP y de España. La suerte estaba echada. Una vez que el presidente del gobierno anunció su decisión de aparcar el proyecto de ley del aborto, al listo de Gallardón no le quedaba otra salida que la dimisión si no quería ser motivo de chanzas y chirigotas. Aunque está claro que de los chistes no lo va a librar nadie. Gallardón es ya historia y no hay duda de que a ella va a pasar como el primer ministro de España que, en vez de avanzar hacia el futuro en sintonía con la sociedad española, pretendió retrotraerla al pasado criminalizando a las mujeres e intentado imponerles una moral como en otros tiempos la Inquisición trataba de condicionar las conciencias con castigos y amenazas.
Su paso por el ministerio ha sido nefasto y aunque Gallardón se ha ido porque Rajoy y su partido lo han sacrificado a cambio de un puñado de votos, su dimisión es un triunfo de la sociedad que ha mostrado su disconformidad con una visión tan retrógrada del mundo en que vivimos. Despedido Gallardón, no podemos perdonar el dolor que han causado pero si constatar la profunda hipocresía que habita en el gobierno de España. Dice Rajoy que ésta es la mejor decisión y la que menos divide a la sociedad española. Esta afirmación resulta en sí misma la prueba evidente de la falta de escrúpulos con la que se ejerce el gobierno. Cuando se adoptan disposiciones de tanta trascendencia social se supone que se han valorado todos los aspectos que concurren. Pero no, con una soberbia infinita ayer presentaban su ley del aborto como el mayor avance en la protección de los derechos del concebido no nacido y hoy se dan cuenta de que ni sus votantes demandaban esas contrarrevoluciones ideológicas.
El fraude a la sociedad española ejercido desde el gobierno de Rajoy es inmenso, ni siquiera la frágil mejora económica puede tapar el retroceso en derechos, el saqueo de la sanidad pública, la merma de servicios sociales, la subida de impuestos, el billón de euros de deuda, el paro y la corrupción… Siendo todo esto terrible no hay duda de que el fraude a sus propios votantes es todavía mayor. Obtuvieron un apoyo masivo de los españoles y hoy el inventario de mentiras, previas y posteriores, no los encubre el recuerdo de la herencia anterior. La retirada de su ley del aborto es la mejor prueba de la traición al programa electoral que los llevó al poder. Será difícil que a partir de ahora los portavoces del gobierno y del PP puedan invocar principios universales o la coherencia en sus actuaciones, seguramente en las filas de los cargos públicos del PP estos días cunde el desánimo ante la evidencia de tanto engaño perpetrado consecutivamente contra la sociedad española, pero ya sabemos que dimitir es un verbo que sólo se conjuga en España cinco minutos antes de ser cesado o depositado, como Gallardón, en el cubo de la basura.