España se encuentra últimamente en fase de deshielo, como el Ártico. Cuando la nieve desaparece deja al descubierto las montañas y aquí la temperatura de la indignación está descubriendo un monte Everest poblado de estiércol. Si en las épocas gloriosas, se proclamaba que en el imperio español no se ponía el sol, hoy podemos afirmar que en España no pasa día sin que se descubra un nuevo sinvergüenza. No anochece sin constatar que la mayor ambición de una gran parte de la élite social y política no ha sido construir un país mejor sino forrarse. Ciertamente las excepciones existen y por eso los buenos, los que han sido coherentes, se merecen un monumento.
Cada día que pasa se vulnera nuestra capacidad de asombro. El asunto de las tarjetas en negro de Caja Madrid es otro de los latrocinios que nos ha dejado boquiabiertos. Cuando Diego Medrano y Treviño creó, por Real Ordende 3 de abril de 1835, las Cajas de Ahorro, ya advirtió de la necesidad de mantenerlas “libres de las invasiones de la autoridad bajo pretexto de préstamos forzosos u otros semejantes medios”. Si viera el páramo que han dejado las autoridades de las diferentes Comunidades Autónomas interviniendo directamente en el control de las cajas de ahorros y orientando los criterios de concesión de créditos a amigos y afines políticos se escandalizaría del expolio y del saqueo que se ha perpetrado. No sólo estafaron para enriquecerse sino que, además de vivir muy por encima de sus posibilidades y de las nuestras, todo les parecía insuficiente. Los ancianos que fueron inducidos por los directores de las sucursales de Bankia a cambiar los ahorros de toda su vida por preferentes debían entender lo que firmaron pero Blesa y Rato, el primero inspector de Hacienda y el segundo, exministro de Economía no sabían que las tarjetas en negro eran ya de por sí un fraude, además de un desfalco encubierto. De pronto, parece que hubiera estallado una bomba racimo y uno a uno van cayendo los más de ochenta directivos que han vivido a todo tren a costa de los incautos ahorradores. El antiguo jefe de la casa del rey Juan Carlos I, Rafael Spottorno ha sido el último. No es por vergüenza torera que se van sino porque el clima social está tan subido de tono que temen que los apedreen e insulten por la calle.
Este es un país de ciegos, nadie ha visto nada durante años pero todos lo sabían. Como en el Lazarillo de Tormes cuando decidieron comerse las uvas de una en una, pero mientras el ciego se comía dos, Lázaro comía tres y por eso callaba. En España todo indica que eso es lo que ha pasado. Parece que en este país las leyes se hacen para incumplirlas y quien mejor las vulnera es el que las escribe porque ya conoce de antemano donde está la trampa.
Para completar el cuadro costumbrista de la picaresca española, tenemos a Gallardón en un nuevo trabajo en el que se paga por no hacer nada, una prueba más de que en este país a algunos se les ha ido la olla, la mano o ambas cosas. La guinda del pastel la ha puesto la investigación abierta, por ocultar a Hacienda 1,4 millones de euros, al histórico dirigente minero José Ángel Fernández Villa quien ha sido durante 35 años líder del sindicato asturiano SOMA-UGT. Que un símbolo de la lucha obrera caiga de bruces al suelo por corromperse con más zafiedad que los que se enriquecían vulnerando los derechos de los trabajadores a los que prometió defender, es realmente demoledor y pone la puntilla al ya decadente modelo sindical de la transición. Una puñalada al sindicalismo semejante a la que Pujol ha perpetrado al catalanismo.
Llegados a este punto y sin nadie en quien confiar, sólo nos queda esperar que aparezca de una vez por todas el Águila Roja y nos salve del Comisario que siempre está al servicio de los que nos saquean y nos desprecian. Si no llega a tiempo Águila Roja no olviden que la mejor arma es ejercer libremente nuestro voto a modo de castigo.