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Entre visillos

El bosque maligno

El bosque de la corrupción está cada día más frondoso. Cuando la tierra se abona con estiércol las plantas crecen a buen ritmo, por eso los árboles de ese “bosque maligno” han desarrollado raíces tan profundas que amenazan con producir el desplome del edificio democrático que tanto costó construir. El período democrático más largo de la historia de España se sustentó sobre principios que consideramos inalterables por universales y compartidos. A fecha de hoy el desánimo y la decepción son tan grandes que en vez de buscar referentes de comportamientos públicos mirando hacia la parte alta de la pirámide hemos de sortear las sombras del “bosque maligno” para encontrar en la parte de abajo, donde se sobrevive como se puede, verdaderos ejemplos de honradez.

Como un soplo de aire fresco percibe la sociedad el gesto del joven nigeriano de 35 años que encontró una cartera con más de 3.000 euros y cheques por valor de 13.000 y los entregó sin perder un minuto a la policía. Seguramente a Peter Angelina, sin conocerlo, muchos lo habrán mirado con desprecio y con desconfianza cuando les ofrecía pañuelos de papel en el semáforo para sobrevivir y costear sus estudios de medicina. Pedro ya es médico por la universidad de Lagos, pero su título no ha sido convalidado, así que estudia en España al tiempo que lucha, con el viento en contra, tratando de ser coherente y buena gente, es decir, salvaguardando la dignidad que tiene toda persona aunque carezca de bienes materiales y de alta posición social.

            Tal y como está el patio al escuchar la noticia me han venido a la mente, por ejemplo, Rodrigo Rato aplaudido como supuesto artífice del milagro económico español y tocando la campana de la fusión de varias cajas de ahorros saqueadas. También he recordado la chulería de Miguel Blesa y de todos sus amigos de las tarjetas negras que nos sonrojan y avergüenzan; a la pandilla de los ERES de Andalucía, al infante republicano Iñaki Urdangarín, a Jaume Matas (político ejemplar), a Fabra y a su hija que gritaba a los parados “que se jodan”; a Luis Bárcenas y a Jordi Pujol y sus fortunas en paraísos fiscales; a Ana Mato y su marido con su Jaguar y confetis, a Francisco Camps con sus trajes y a Rita Barberá con su bolso de Loewe… Todos estos hombres y mujeres aplaudidos, venerados y envidiados en otros tiempos son los causantes del deterioro institucional de la política española. Pero esto, con ser mucho, no lo es todo. Mientras el joven nigeriano, con indudable dignidad personal devolvía la cartera, las intrigas políticas socavaban los cimientos de otro pilar de la democracia, la justicia.

El Consejo General del Poder Judicial, una vez más, y ya suman muchas, ha cedido a las presiones del poder ejecutivo. Del “bosque maligno” siempre salen ramificaciones venenosas. La independencia del poder judicial parece que también es mentira. El juez Ruz que instruye los casos Gürtel, Bárcenas y la financiación ilegal del partido que gobierna España ha sido objeto de una nueva trampa administrativa que trata únicamente de cazarlo como a un conejo. Es lo que pasa en este país cuando un juez hace lo que tiene que hacer, es decir, investigar para encontrar la verdad. Ruz puede seguir hasta marzo cuando un nuevo juez, también interino, pues la plaza ya tiene un titular en excedencia, decida si lo admite o no como juez de apoyo y si, a su vez, Ruz acepta esta especie de ofensiva degradación en el escalafón judicial. Es muy probable que los enviados de Mordor, es decir, del supremo Mal, devoren al juez Ruz antes de que nos muestre toda la verdad. Se acerca el período electoral y quieren hacernos creer que vivimos en el país de Alicia. No es de extrañar que entre tanta indignidad, tanta desvergüenza y tanta falta de ética miremos al joven nigeriano y nos reconforte pensar que todavía hay esperanza. Conviviendo con la pobreza y sobreviviendo a la adversidad de una vida injusta todavía florece gente noble, honesta y buena en este mundo de miserias y miserables.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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