Todavía no ha llegado la primavera y ya se percibe el “caloret”, que diría Rita Barberá, tan oportuna siempre, pues mientras hablamos de su metedura de pata no nos ocupamos de las tramas corruptas de la Valencia oficial. Todo indica que este año calorcito va a haber. Los distintos procesos electorales que se inician en marzo y concluyen en diciembre traerán mucho calentamiento ciudadano, mucho sofocón político y, a buen seguro, más de uno puede terminar achicharrado en la propia hoguera de su vanidad. De momento las últimas encuestas propician nervios extremos, en unos más que en otros, como siempre.
Pasado el debate del estado de la Nación hemos comprobado que todo sigue igual, el medidor de optimismos y pesimismos de los españoles sigue estable, ya que en ambos casos la esperanza es lo último que se pierde. Eso debe pensar Mariano Rajoy después del fracasado combate en la trinchera parlamentaria. Ya se sabe que en política el que más tiene que perder es el que está en el poder y todo indica que el partido del gobierno no va incrementar sus apoyos electorales sino que puede perder una gran parte del inmenso poder institucional que tiene en toda España. Que la aparición de Podemos ha roto el tradicional panorama político es evidente, pero para el PP la consolidación y el más que probable crecimiento de Ciudadanos, puede convertirse en un serio peligro para un partido que hasta ahora recogía en solitario los votos de un amplio abanico ideológico. En España lo tradicional ha sido el fraccionamiento de la izquierda, algo muy conveniente para una derecha monolítica, pero ahora con una UPyD en franco retroceso, por la miopía política y el exceso de protagonismo de su líder Rosa Díez, Ciudadanos emerge como un imán para los votantes que se sitúan en el centroderecha.
Andalucía va a ser la primera prueba de fuego para Rajoy a lo largo de este año. En la tierra de Celia Villalobos, la vicepresidenta del Congreso de los Diputados, que prefiere jugar con su tableta al Candy Crush mientras habla el presidente del Gobierno, va a ser difícil convencer a los andaluces de que ellos son lo primero. En las pasadas elecciones andaluzas el PP fue la primera fuerza política pero todo indica que no van a revalidar esa marca. Podemos y Ciudadanos asoman con fuerza, veremos con cuanto respaldo, ya que no es lo mismo responder a la pregunta de un encuestador que ejercer el derecho al voto. Pero es evidente, aunque no se sepa nada de demoscopia, que cuando una tarta se reparte las porciones son más pequeñas según crece el número de comensales.
Podemos decir que a Rajoy la semana pasada ni los dioses ni las hadas de los cuentos que nos relató en la tribuna del Congreso le fueron favorables. Para frenar la sangría de votos se fue a Sevilla y allí decidió responder al primer ministro griego Alexis Tsipras que le había acusado de torpedear el acuerdo con la Troika, una postura de sobra conocida y ejercida en clave de política interior. Aunque hay muchos interesados en presentar como un fracaso la posición griega hay quienes piensan, como el premio Nobel Paul Krugman, que el nuevo gobierno griego no ha doblado las rodillas y “que la gran batalla sobre el futuro todavía no se ha librado”, de momento han ganado tiempo. Por tanto, el tiempo dará o quitará razones. El hecho es que fue escuchar a Rajoy afirmar que él no era responsable “de la frustración que ha creado la izquierda radical griega que prometió lo que no podía cumplir” y entrarme la risa. Consejos vendo y para mí no tengo. A estas alturas es imposible olvidar que Rajoy, sabiendo cuál era la situación de España en 2011, prometió tres millones y medio de empleos, bajar los impuestos, proteger la sanidad pública, en fin, un programa falso que ha incumplido de principio a fin ante la inmensa decepción de sus votantes y el asombro general por la chulería con la que ha ejercido el poder con la gente corriente, no con los poderosos o los corruptos. Lo dicho, sin necesidad de termómetro se nota “caloret”, mucho “caloret”.