Una conducta inadmisible no puede aceptarse socialmente por muy aplaudida que resulte desde los graderíos de los estadios por más repletos que estén. Hay quien es un campeón admirado en la vida pública y un villano en la privada. Desconozco si éste es el caso de Rubén Castro, el delantero de Real Betis Balompié, pero, a buen seguro, que sus grandes marcas futbolísticas de goleador estrella quedan nubladas por las actitudes machistas que se le atribuyen. Su procesamiento por el juzgado nº 3 de Violencia sobre la Mujer de Sevilla, que ha dictado auto de procedimiento abreviado contra el jugador canario por cuatro delitos de maltrato y un quinto delito de amenazas leves hacia su exnovia le van a perseguir en su currículum muy a su pesar. Por eso, una vez cometido un error es mejor evitar el segundo y él ha caído de nuevo en su trampa.
En el partido contra la Ponferradina, un equipo en cuya ciudad un acosador condenado, Ismael Alvárez, fue alcalde, una parte de la hinchada bética coreó, con absoluto desprecio a la víctima: “Rubén Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien“. En un primer momento el jugador declaró que “esta afición sólo trata de animar y yo le doy las gracias”, porque cada uno canta lo que quiere. Posteriormente, posiblemente asesorado por su abogado no fuera a perjudicarle en el juicio, dijo que estaba en contra de la violencia. Pero todo indica que Castro se sintió arropado por sus seguidores porque en masa todos son muy gallitos y la sensación de impunidad se refuerza con el grupo, ya que en el fondo hay tolerancia oficial hacia estas actitudes unas veces machistas y otras xenófobas.
El grito de la hinchada bética resume a la perfección el ancestral machismo de quienes creen que las mujeres son un objeto al servicio del hombre y cuando no lo son merecen un castigo, porque ellas son putas mientras que ellos son machotes que las dominan y las poseen a su antojo. Esto y no otra cosa es lo que todavía ocurre en el siglo XXI cuando parece que la educación debiera haber elevado el nivel de cautelas y frenado estas actitudes. Sin embargo las estadísticas nos enseñan que vivimos en una sociedad en la que los jóvenes, hombres y mujeres, en elevados porcentajes toleran el acoso y el menosprecio machista a su alrededor. Por eso Rubén es vitoreado porque es un goleador y un machote que le da una bofetada a una mujer porque se lo merece. A las estrellas y a los faltos de escrúpulos se les perdona todo en este país, a las víctimas se las humilla.
Un hecho que ejemplifica perfectamente la tolerancia con el acoso a las mujeres lo hemos visto con lo sucedido a la capitana, hoy comandante, del ejército de tierra Zaida Cantera de Castro. La entrevista que le realizó Jordi Évole el pasado domingo fue clarificadora al tiempo que demoledora para los mandos del ejército, una institución que se adapta con lentitud a las normas de una democracia avanzada y que vive todavía presa de un corporativismo insano y vergonzoso. El calvario que ha pasado Zaida es indignante para cualquier persona de buenas entrañas. Que el ministro de Defensa se haya negado a ampararla tras haber sido condenado su agresor el teniente coronel Isidro José de Lezcano-Mújica, resulta más increíble todavía. La paradoja es tal que Zaida puede ser expulsada del ejército mientras su agresor ha conseguido un ascenso y puede reincorporarse en breve. Todo esto sólo puede entenderse si pensamos que el gobierno ha enfermado de tal modo que ya no distingue el bien del mal. Bien sabemos que el valor es un principio muy evocado por la jerarquía militar, por ello cabe concluir que sólo los cobardes se esconden tras la infamia.
Acaba de decir el papa Francisco que el infierno no existe, que es una metáfora. Yo no tengo dudas de que el santo padre lleva razón porque para muchas mujeres y hombres de bien, el infierno está aquí. Pero créanme, que el machismo no existe en España eso sí que es una metáfora.