“Cuando los dioses quieren castigar a los pueblos, les envían reyes jóvenes” ha declarado María Dolores de Cospedal el día en que se cumplían ochenta y cuatro años de la proclamación de la II República española. Es de suponer que en el palacio de la Zarzuela los nuevos reyes de España, Felipe VI y Leticia, habrán agradecido a la secretaria general del PP tan sinceras y oportunas palabras ahora que están lanzados a la reconquista del corazón de los españoles. Se trata de una de esas frases que, junto a la del despido en diferido de su querido tesorero Luis Bárcenas, ayer ciudadano ejemplar y hoy maldito sinvergüenza, harán historia. Aunque María Dolores no se refería a sus majestades sino a políticos que se sitúan al alza en las encuestas, está claro que su slogan va a la cabeza de las ocurrencias nerviosas de la campaña electoral.
No obstante, seré sincera. A mí lo que de verdad me ha causado una profunda emoción es la alusión de Mariano Rajoy a los gustos de los “seres humanos normales”. Ahora el presidente del gobierno se dedica a la clasificar a las personas en dos grupos claramente diferenciados. El punto de vista de la clasificación es consecuencia de la miopía política y el déficit democrático de quienes se consideran administradores y detentadores por ley natural de un poder que, en realidad, otorga el pueblo y no los dioses. Pues bien, según el don Tancredo español (Rajoy) existen dos clases de personas: “los seres humanos normales”, al estilo Rodrigo Rato y el resto, es decir, la mala gente. La principal cualidad de los “humanos normales” es que quieren que gane el PP porque es lo normal, lo que los dioses desean, lo que manda la razón. Eso es lo que aconseja la costumbre ancestral porque se garantiza que no se varíe el orden natural de las cosas basado en que unos mandan y otros acatan sumisos y obedientes. Claro que este pensamiento hunde su origen en los tiempos del cólera, es decir, cuando la gente no leía a seres humanos, como el recientemente fallecido nobel de literatura Günter Grass que ya decía que “el deber de un ciudadano es mantener la boca abierta”. Seguramente ni Grass ni Eduardo Galeano, ambos símbolos del compromiso crítico con la sociedad actual, son seres humanos normales porque su anormalidad consiste en situarse como ciudadanos en la vanguardia, es decir, por encima de la resignación en la frontera del compromiso y de la rebeldía.
La simplificación y la simpleza de Rajoy es palmaria porque sitúa en la anormalidad a quienes manifiestan su intención de no votar al PP. Considera anormales las conciencias críticas de ciudadanos que, incluso habiéndolos votado, se rebelan ante quienes aducen su larga experiencia gubernamental como su mayor mérito. Y lo hacen cuando es evidente que han protegido y ocultado la corrupción que les permitió acceder a un poder que, tienen que tener claro, es un préstamo temporal que otorga la ciudadanía siendo libre de cambiar su voto y su compromiso cuando le plazca. Yo no quiero ser de esa clase de seres humanos normales a los que se refiere Rajoy, prefiero la anormalidad de los que militan entre el inconformismo y la rebeldía. Hay una verdad, una lección innegable que nos ha enseñado la historia: sólo a contracorriente se han conseguido los derechos y libertades de los que hoy todavía disfrutamos. Por cierto, que nadie dude que sólo desde esa conciencia crítica y reivindicativa, sostenida en el tiempo conseguiremos conservarlos.