El expresidente del Castellón CF, José Francisco Laparra, aceptó el martes una condena de seis meses de prisión y una multa por los delitos de allanamiento de morada y tomarse la justicia por su mano al intentar recuperar los 165.000 euros que pagó a una pitonisa de la localidad zaragozana de Magallón por un conjuro de amor que no hizo efecto alguno sobre su enamorada. Sabiendo que en este país vivimos hace tiempo entre la sorpresa y el desatino ya nada nos llama la atención pues no pasa día en el que nuestra capacidad de asombro no sea puesta a prueba.
Leyendo tan extravagante noticia no he podido evitar que mi mente jugara con una pequeña malignidad de alguien que, en otros tiempos, también fue candidata a ser alcaldesa de su municipio. Me he preguntado, ¿cuánto pagarían muchos candidatos para que una pitonisa les anticipase los resultados de las elecciones a las que se presentan? O, ¿cuánto darían otros por conseguir un conjuro de amor que atrayera el voto de ese ciudadano al que, en ocasiones, desprecian? De entre los miles de candidatos que concurren me ha venido a la mente elucubrar, por ejemplo, con el pensamiento íntimo de doña Esperanza Aguirre. ¿Cuánto daría esta mujer, que abandonó la política sin jamás retirarse, por conseguir una pócima encantada para lograr seducir mayoritariamente a los madrileños? Su grado de ansiedad es tan evidente, su ambición tan desmedida y tan impostada resulta su pretensión de parecer salida del pueblo llano que está comenzando a perder el oremus. Se ha paseado vestida de chulapa, ha cantado chotis y se ha sentado en un sofá trashumante por todo Madrid. No es la única que ha hecho cosas extravagantes. Las redes sociales y las televisiones están llenas de excesos de candidatos que precisan de nuestro amor y sobre todo de nuestro voto.
Es evidente que no todos se juegan lo mismo. Quienes llevan muchos, muchísimos años en el poder tienen el vértigo que produce la proximidad de un precipicio y quienes jamás lo tuvieron ven el horizonte con añoranza. Los nuevos tampoco están tranquilos, las encuestas les anuncian un buen estreno en el gran teatro de la política española, pero como dice el viejo refrán: una cosa es que te quiera y otra muy distinta que me case contigo. Es decir, veremos a ver si la intención se convierte en voto. Aunque, sin duda, los momentos más duros los están viviendo los dos partidos mayoritarios hasta ahora. Está claro que sufren el desamor creciente de sus fieles amantes a los que no se han cansado de darles desplantes en los últimos tiempos y quieren conjurar el desafecto pidiéndoles que olviden los desmanes cometidos y, en otros, que no volverán a fallarles jamás. Unos agitan el miedo a lo nuevo, otros exhiben lo mejor de su pasado y otros se atribuyen la capacidad de reconstruir la esperanza de un futuro hipotecado por la corrupción y el desatino.
Lo cierto es que nos encontramos en un escenario apasionante y el más abierto en cuanto a resultados desde los primeros años de la transición política. Hay muchos ciudadanos que todavía estos días están indecisos, hay una lucha entre el corazón y la cabeza, entre la necesidad de producir un cambio o contribuir a que todo siga igual, aunque mayoritariamente todos quieren participar en este momento que se presiente decisivo. Todo indica que el año 2015 va resultar un año crucial en la historia de España. Ya veremos. Siempre que hay elecciones el pueblo se convierte en protagonista indiscutible, aunque algunos aposentados en el poder crean que gobiernan nuestras voluntades. La democracia nos da idéntica voz a todos, nuestro voto vale igual que el de los grandes empresarios del Ibex o el del propio presidente del gobierno. No es bueno olvidar que sólo influimos en cambiar las cosas cuando votamos porque luego no nos convocan a reunión alguna. En el fondo esta vez algunos temen nuestro voto, así que votemos, sería triste que un nuevo Machado nos recordara de nuevo que vivimos entre una España que muere y otra España que bosteza.