Se va, Pedro Sanz dice que se va, pero no del todo. Seguirá siendo senador y presidente del PP en La Rioja, en un partido en el que la presidencia la ostenta tradicionalmente quien de verdad manda. Los que le conocen, que son muchos en el pequeño ámbito de nuestra Comunidad Autónoma, no han podido sorprenderse. Sanz siempre administró el poder de una forma peculiar, a la antigua usanza. Durante veinte años, tras cinco mayorías absolutas, lo ha ejercido a conciencia, sin dejar un resquicio a la generosidad con el adversario, ya fuera interior o exterior. El mando, a su entender, es patrimonio del jefe y se ejerce de forma jerárquica, para que nadie se llame a engaño. Controlar todos los detalles, saberlo todo de unos y otros, estar al tanto de cualquier pormenor, creerse temido le ha gustado y se ha gustado tanto en el papel que ahora le resulta difícil desprenderse del hábito y del cargo. Es comprensible, no existe adicción que uno pueda superar de golpe y mucho menos la del poder. Dicen los expertos que cuesta desengancharse, hacerse a la idea de que uno no es lo que fue, por eso Sanz se queda de presidente del PP de La Rioja. Esta es la señal que nos alerta de lo que en realidad pretende cuando dice que seguirá, por muchos años, al frente de su partido. No es el suyo, por tanto, un gesto de generosidad para lograr el pacto con Ciudadanos ni tampoco con La Rioja, que seguramente sobrevivirá a su largo mandato. Esta es la razón por la que su sucesor es un hombre de su total confianza, fiel a aquel a quien todo debe y del que todo sigue esperando.
Los resultados de las pasadas elecciones ya auguraban un posible relevo. Pedro Sanz ha disfrutado lo indecible tumbando pleno a pleno, mes a mes, año a año todas las iniciativas de la oposición, ha negado la participación, el diálogo y a veces el respeto parlamentario. Estoy segura de que Pedro Sanz, que tanto disfrutaba cuando le llamaban Pedrone, no podría superar que la realidad numérica del nuevo Parlamento no cumpliera fielmente todas sus órdenes dictadas desde el Palacete del Espolón. Para él perder una votación es como para un militar ser deshonrado al arrancarle los galones.
Yo me cuento entre las muchas personas a las que el Presidente Sanz negaba el saludo en los actos oficiales. Esos comportamientos eran para él una chanza con la que pretendía humillarte, sin darse cuenta de que el poder, como la vida, son finitos por muy longevos que sean y que algún día a él habrá, no sólo quien le niegue el saludo sino que muchos, más pronto que tarde, le olvidarán. Así son las cosas don Pedro, efímeras, fugaces y pasajeras. En su despedida yo le deseo lo mejor, no deje que ningún rencor ni rencilla alguna le reconcoman por dentro. Si me permite, ahora que desea no sólo que le admiren sino que le quieran, debiera ejercer el altruismo, deje que su sucesor no sienta en sus espaldas su permanente tutela. Deje a los suyos organizarse a su antojo y disfrute, se lo merece. Con todo el respeto y viendo, desde hace tiempo, los toros desde la barrera, me atrevo a sugerirle que deje a los suyos, a los más jóvenes o a los más dotados que vuelen solos, que tracen su camino que, a buen seguro, ya no es el suyo.
Puede que ahora sepa con certeza que debió renunciar a presentarse a estas elecciones, que quizás no debió hacer esto o lo otro, pero como dice el poeta, José Agustín Goytisolo, “tú no puedes volver atrás, porque la vida ya te empuja, con un aullido interminable”. Efectivamente, lo hecho, hecho está y ahora pasará a integrar los tiempos del recuerdo. Quiéralo o no, Pedro Sanz es ya parte del pasado.
Publicado el 17 de junio de 2015