Los toros atraviesan la calle Estafeta, el negro zaino deja la manada y trata de empitonar a varios mozos que corren delante, puede que huyan de su destino o teman encontrarlo de pronto. En el punto en el que estamos no sabemos si Grecia es el toro que trata de arrollar a Europa o el cuento es al revés. El toro es como la sombra que te sigue sin que tú lo pretendas, es la eterna alegoría de la vida, siempre hay un imprevisto que puede fulminar sueños, arrollar planes, destruir esperanzas. Algunos dicen que Europa está preparada para una salida de Grecia del euro sin que sea una catástrofe para el resto, pero en 2008 también nos dijeron que la caída de Lehman Brothers estaba controlada y todavía no nos hemos repuesto de la bofetada. Dos y dos no siempre son cuatro, ni en la vida ni en la economía.
El pasado domingo los griegos dieron un enorme respaldo a su gobierno, nadie esperaba un resultado tan contundente. Los ciudadanos consultados decidieron elevarse por encima del miedo, a sabiendas de que habían de elegir entre lo malo y lo peor. Seguramente los griegos sabían, cuando acudían a las urnas, que entre la pobreza y la miseria se alzaba la dignidad. Quienes argumentaban que convocar el referéndum era una cobardía y un gran error, al pasar la responsabilidad de la decisión a los ciudadanos, también sabían que no es lo mismo decir “no” a un gobierno, probablemente débil, que a su pueblo y mucho menos a un pueblo que está sufriendo la irresponsabilidad continuada de sus anteriores dirigentes y de quienes, desde la Unión Europea (tecnócratas y políticos), aceptaron mentiras contables para admitirlos en el club del euro, una moneda que fue gestada sin garantías, con economías muy diversas y que está en el origen de nuestros desequilibrios actuales, entre el norte y el sur, mucho más acentuados que antes de su entrada en vigor.
Tras el referéndum, Grecia ofreció de inmediato a Europa la cabeza de Varoufakis, como Judith entregó la de Holofernes para salvar a su pueblo, un gesto rápido e inteligente pero insuficiente para calmar los orgullos heridos de los dirigentes europeos que, sin excepción, aunque unos más que otros, habían apostado por el “Si”, convencidos de que triunfarían sólo con amenazas. Ninguno quiere moverse de su posición, es lógico, pero finalmente será el miedo a que les pille el toro del contagio, ante la debilidad de la recuperación económica de sus fracasadas recetas, el que produzca un acuerdo que debió alumbrarse hace tiempo. Al tablero de intereses económicos, políticos y geoestratégicos no es ajeno el gobierno de los EEUU, Obama teme la influencia de Rusia y de China (con intereses económicos en el puerto del Pireo) y por eso aconseja llegar a un acuerdo.
El problema hoy por hoy, no sólo es económico sino político. Europa no puede como tal hacer caso omiso del referéndum griego, el valor intrínseco de la idea trascendental de la Unión Europea se basaba sobre todo en la democracia, esa fue la base de su fortaleza. Nació con la intención de crear un espacio de libertades, derechos y bienestar para los países que cedieron parte de su soberanía en pro de un proyecto común. Esta genial idea no puede tirarse a la basura pero, desde el inicio de la crisis, todo se ha puesto en tela de juicio. La plutocracia dirigente de Europa va por un lado y los pueblos que la integran por otro. España es un buen ejemplo. Huele a elecciones y Rajoy teme que un acuerdo rápido con Grecia fortalezca a Podemos y debilite tanto al PP como al PSOE, que han mantenido parecidas posiciones. Como en el resto de la Unión se tiene pánico a que la democracia participativa sea reivindicada con fuerza por ciudadanos indignados, decepcionados y cansados del secuestro del mayor valor hasta ahora de Europa: la democracia.
El mundo no se ha hundido todavía y no lo desplomará la crisis griega, esperemos que no lo haga Europa como proyecto común. Sería de tontos pelear para que el otro se quede ciego aunque uno se quede tuerto. Es la hora de que el mundo entero compruebe si el conjunto de los denominados líderes de los países que integran Europa y sus instituciones son estadistas a la altura de este momento histórico y de los pueblos a los que representan o simplemente son esclavos de su propia incompetencia y de su falta de ambición para construir un futuro, que no es suyo sino nuestro. Veremos.