En el esplendor de la noche, cuando la luna está llena, tienes la impresión de poder tocarla con la mano aunque se encuentre a 384.000 kilómetros. Una tontería de distancia si pensamos que mucho más lejos se encuentran los gobiernos de Barcelona y Madrid estando mucho más cerca. Ellos hablan pero no se escuchan, sólo se vigilan. Parece que se han retado a un duelo, dándose las espaldas avanzan diez pasos con los revólveres cargados para dispararse. Quizás sólo uno de ellos gane pero también pudiera ser que se destruyan mutuamente. Lo único seguro es que seremos todos nosotros, catalanes y españoles de a pie, los que saldremos perdiendo.
El supuesto líder catalán, Artur Mas, lleva tanto tiempo dando vueltas a la rotonda de sus delirios que en el mareo del pánico ha conseguido una muleta para no desplomarse. Así que Oriol Junqueras actúa de lazarillo y juegan a repartirse las uvas trampeando como en el cuento. Dado que el padre primigenio de la independencia catalana, el exhonorable Jordi Pujol no puede actuar de padrino, por encontrarse malherido y expuesto al insulto en el centro de la plaza de Cataluña, Artur Mas y su lazarillo han tenido que recurrir a lo que denominan la sociedad civil para presentarse en público con cierta pulcritud. Deben considerar que, tras el saqueo pujolista y de sus élites, los profesionales de la política están tan desprovistos de credibilidad que precisan de savia nueva. Han recurrido a un expolítico de la izquierda ecologista, Raúl Romeva y al antiguo entrenador del Barça, Pep Guardiola y se han reunido, vestidos de fiesta, en el Museo de la Historia, tratando de pasar a ella como los forjadores de una patria catalana independiente de España. Han cuidado todos los detalles, como en una boda. La proclama no deja lugar a error, “vamos a por todas”, “lo haremos, aunque España no quiera. Cuando tengamos todo el plan de desconexión con España hecho, declararemos la independencia”. De Europa no dicen nada, porque Europa no nació para levantar fronteras sino para ignorarlas.
Al otro lado del escenario encontramos al supuesto líder del gobierno español. Rajoy como siempre ni se inmuta. Aquí nunca pasa nada hasta que el incendio llega a las puertas de Moncloa, como con Bárcenas. Según el presidente nadie debe preocuparse porque su gobierno “está preparado para cualquier problema que pueda surgir en el futuro”. No sabemos si se refiere a que al final de la película siempre llega el séptimo de caballería o está ensayando algún truco de magia. Lo cierto es que este serial comienza a ser un despropósito, hay una crisis del modelo de estado y por eso hace tiempo que debiera haberse cogido el toro por los cuernos. No se soluciona un problema diciendo que no existe, la desidia puede terminar en gangrena y ambos están jugando con fuego. Rajoy cree que haciéndose el duro ante Mas gana terreno ante sus votantes y el catalán tras haberse echado al monte piensa lo mismo respecto a los suyos. Lo cierto es que ambos sacan beneficio de este desastre. Ambos creen que aludiendo a los sentimientos podrán ocultar el fracaso de sus gobiernos en materia económica y social, en eso ambos han aplicado iguales fórmulas propiciando una enorme quiebra social. Nadie dice toda la verdad, en realidad ningún partido lo hace. Estamos en un baile de máscaras y al final del mismo veremos qué rostro nos muestra cada uno.
Los catalanes en las urnas van a tener, no sé si la última palabra, pero si una voz importante. Si triunfan los partidos secesionistas, tendrán un arma de difícil desactivación y si ganan el resto de partidos, algunos respirarán aliviados pero no habrá terminado ahí la batalla porque la sociedad catalana seguirá dividida y probablemente la del resto de España también. Hace tiempo que pienso que en vez de odios es mejor impulsar reencuentros. Es malo gobernar desde las vísceras. No olvidemos que, salvo las élites económicas, en Cataluña y en el resto de España el problema más común entre la gente es conseguir llegar a fin de mes.