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Entre visillos

En la orilla

Cuando Aylan Kurdi se deslizó de las manos de su padre se sintió, por primera vez en su vida, solo. La fuerza del oleaje capturó su cuerpo, con la cabeza sepultada vio que miles de niños, mujeres y  hombres, con sus ojos perdidos en el dolor, alfombraban el fondo del mar. Allí no llegaban las bombas ni el ruido brutal de las explosiones, en la obscuridad de ese lugar frío y salobre sólo descubrió el silencio que proporciona el olvido. Por eso Aylán tuvo la fuerza, ya solo y perdido como estaba, de pedir al mar que lo dejara en la orilla para mostrarnos la crudeza de una guerra y un drama que sabemos que existe pero que no queremos ver. Cuando, en la playa de Bodrum, el guardacostas tomó a Aylan entre sus manos sintió el deseo de acunarlo, llevarlo contra su pecho como hacía con su hijo. La fragilidad de su imagen es la más dura y merecida bofetada que han recibido nuestras conciencias por volver la espalda a tantos países cuya población sufre las consecuencias de guerras promovidas por ambiciones, odios y religiones.
Sin la tragedia de Aylán y su familia el drama de los refugiados se hubiera acomodado en nuestro apacible salón del olvido. Aylán ha movilizado nuestras conciencias y la presión de la vergüenza que hemos sentido ha hecho que nuestros gobiernos comiencen a plantear fórmulas de acogida que antes negaban. Esta guerra no se inició ayer pero se ha ido complicando de tal modo que ahora el tirano Bashar al Assad, hijo de otro déspota, pueda convertirse en aliado de occidente. Allí combaten unos contra otros, crece el Estado Islámico y se multiplican las facciones en lucha mientras la población civil trata de proteger la vida de sus familias. Las dictaduras teocráticas del Golfo Pérsico, los ricos países del petróleo, no quieren acogerlos, pese a ser sus hermanos, para que no contaminen sus sistemas políticos. En Europa llevan meses hablando del reparto de cupos mientras la muerte y el sufrimiento pueblan Siria y la gente huye hacia las fronteras. Ahora, de repente, la mayoría de los gobiernos han aceptado un número de refugiados que antes les parecía imposible de acoger. No es la primera vez que la población europea va por delante de sus dirigentes.
En España hemos asistido a un espectáculo delirante. El ministro del Interior se excusaba de acogerlos preocupado por la posible infiltración de yihadistas. En fin, el riesgo existe siempre pero es un endeble pretexto. El ministro de Exteriores, además de aconsejar negociar con Bashar al Assad, ha tenido el escaso tacto de expresar que la decisión dependía de los dineros que puediera rebañar del presupuesto el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Es como si cuando se declara un incendio en el piso de al lado se tuviera que reunir la comunidad de propietarios para decidir si es económicamente rentable aportar el agua de sus casas para sofocarlo. Ahora dicen que a España le corresponden 14.931 personas, a mí me sorprende la precisión numérica del reparto cuando nadie sabe a ciencia cierta cuál es la dimensión del drama. En cualquier caso es de agradecer que muchos municipios, organizaciones no gubernamentales o la propia Iglesia católica hayan proclamado la necesidad de la solidaridad entre iguales y hayan decidido ofrecer ayuda y medios de acogida. En el ciclón de temor a la inmigración que recorre Europa y que está agitando el fantasma del racismo, no es bueno, como están haciendo algunos, confundir inmigrantes con refugiados que huyen de la guerra, la represión y la muerte. Nosotros como país tampoco podemos olvidar nuestra historia. A comienzos de 1939 hacia Francia salieron más de 450.000 españoles, les fue negado el estatuto de refugiados y fueron recluidos en campos de concentración improvisados donde sufrieron todo tipo de penurias. Años más tarde muchos de estos españoles integraron la Resistencia francesa contra los nazis. La historia está llena de contradicciones pero nuestro corazón no debiera tenerlas para ayudar a otros porque algún día, aunque hoy te parezca imposible, el necesitado de auxilio puedes ser tú.
 

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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