La hora de la verdad, ese momento clave en el que irremediablemente debes afrontar una situación, siempre llega y cuando lo hace suele ser de forma inoportuna. Lleva Mariano Rajoy varios años escondiendo la cabeza bajo el ala y de pronto, aunque se veía venir porque lo recogían sus programas electorales, los secesionistas catalanes han evidenciado que el presidente del gobierno no tiene ningún plan porque su única estrategia en estos cuatro años ha sido confiar en que el tiempo solucionara el gran problema político e institucional de España. El lunes Mariano Rajoy disolvió las cámaras y convocó elecciones, veinticuatro horas más tarde los independentistas catalanes han abierto en el parlamento de Cataluña un proceso que más que una provocación, como dice Rajoy, es un órdago evidente, no contra el gobierno interino sino contra el Estado.
Esta situación, quiera o no reconocerlo un Rajoy, que ha declarado en TVE que su máximo rival es él mismo, se convierte en una nueva torpeza suya en el suma y sigue. El secesionismo es ya uno de los grandes problemas de este país que él no ha querido afrontar y que tiene una gravedad máxima. El presidente parece vivir en un país distinto al nuestro, es ajeno a lo que pasa en la realidad española y catalana. Puede afirmarse que Rajoy emigró del país el día en que se convirtió en el lugarteniente de Merkel y tuvo que tragar con las ruedas de molino impuestas por Bruselas y el BCE. Se convenció a sí mismo de que el control del déficit y la estabilización de la prima de riesgo eran el antídoto contra todos los males de España. El balance no puede ser más demoledor: se han deteriorado los servicios públicos, se han perdido derechos laborales, ha crecido la desigualdad social, el pesimismo ante el futuro campa a sus anchas y la brecha con Cataluña amenaza con convertirse en frontera.
El presidente ha confiado su futuro a la economía, es la única carta que ha jugado. La ciudadanía no acaba de percibir la mejoría pero él se afana en mostrar imágenes de un mundo que no vemos. Sin embargo hay cosas que sí debía haber hecho y ha eludido. La primera no costaba dinero, sólo precisaba coraje para reconocer que su partido está envuelto en un gran escándalo de corrupción que no sólo lo debilita sino que perjudica la calidad de la democracia. La otra cuestión, que no ha querido abordar, es el problema de Cataluña. Aparentando ser más español que nadie, Rajoy ha jugado a tensar su relación con un Artur Mas, que ya estaba desnortado hace tiempo, y ambos se han hecho fuertes en su pública desavenencia. Ahora se aproxima el momento en que Rajoy debe salir del escondite, porque Artur Mas y sus socios ya lo han hecho. Los independentistas, incapaces de apoyar un gobierno propio, han optado por ahondar en la única pretensión que les une: la desconexión con España. Rajoy, con su torpeza habitual, repite lo de siempre: la ley está para cumplirse. De acuerdo, pero qué más hará que quizá ya debió hacer antes. Ahora que el problema es de todos, pide unidad y, es evidente que hay que secundar medidas de emergencia unánimes. Pero no es un detalle menor que fuera el líder del PSOE, Pedro Sánchez, quien rompiera la primera lanza hacia el consenso telefoneando el primero a Rajoy en una situación tan grave.
Yo empiezo a pensar que Rajoy, además de vivir ausente de la realidad española y catalana, probablemente también es un cenizo porque sólo así se explica que este desafío le haya explotado entre las manos. En un momento tan complicado sigue, sin embargo, haciendo campaña electoral y se presenta ante los españoles afirmando que, mientras él sea presidente, España no se romperá (¡menuda garantía!), cuando es la primera vez que objetivamente puede ocurrir. Los secesionistas sólo pueden mantener su unidad con el desafío al Estado, porque es lo único en lo que están de acuerdo y no hay duda de que prefieren en España un presidente como Rajoy que saca pecho, se hace el valiente para conseguir voto españolista, pero que no tiene más plan que salvarse a sí mismo. Este reto es el exitoso broche final que nos ofrece para cerrar tan aciaga legislatura. En fin, que ahora tenemos un problema bastante más grave que el déficit pero no tan lacerante como la pobreza.