Me encanta la osadía de algunos en estos tiempos de pasión política. Tras la inocentada del empate a 1.515 votos de la CUP para investirle como presidente de la Generalitat y tras el explícito “no” a su persona, el chulo que Artur Mas lleva dentro dice que no piensa dar un paso atrás. Anuncia que tiene ganas de plantar cara a Madrid y a quien se le ponga por delante. Tras humillarse suplicante ante la CUP, tras ponerse de rodillas y recibir una sonora bofetada, noqueado y dolorido se alza contra los molinos de viento con la lanza maltrecha sin advertir que la principal batalla debió haberla librado contra sí mismo: contra su orgullo, su ambición y su ceguera. Me encantan estos patriotas de tres al cuarto que creyéndose imprescindibles no ven la realidad. Algunos llevan tanto tiempo sobreactuando en el ridículo que se sienten incómodos en la sensatez, y lo juicioso ahora sería que Artur Mas, tras haber dirigido a su partido al desastre y fracturado la sociedad catalana, se fuera con viento fresco a su casa. Que no se preocupe, que la historia, a buen seguro, no lo olvidará.
Ya ven lo que son las cosas de la vida. Tras la resolución independentista de noviembre del Parlamento de Cataluña parecía que el proceso de desconexión con España iba a ser como quitar el enchufe de la red eléctrica y ahora sin la intervención de Tribunales constitucionales, ni del estado central, ni suspensiones de autonomía a través del artículo 155 de la Constitución, ni instrumentos coercitivos de ningún tipo, el proceso ha encallado. Artur Mas cegado por la ilusoria mayoría parlamentaria secesionista inició un proceso más complicado que la aventura equinoccial de Lope de Aguirre y la CUP, que ya dijo desde el principio que el plebiscito se había perdido, ha terminado por considerar que el lastre de corrupción y regresividad social en Cataluña se llama Mas. Un pacto imposible entre opciones políticas antagónicas.
En Moncloa, Rajoy, escocido por la pérdida de tres millones y medio de votos, ha brindado con cava. Sueña con la gran coalición pero el batacazo de Mas le favorece. Sin hacer nada, tras años de echar leña al fuego, se ha desinflado el globo, al menos de momento. Rajoy, que está tan rodeado de corrupción como Mas y con un resultado electoral que, aunque quieran plantearlo como un éxito, es un sonado batacazo, se lame las heridas y se regocija de las adversidades ajenas. Mas está, políticamente, como los muertos vivientes. Cualquier día anunciarán el funeral.
Para Rajoy el silencio es su mayor ventaja. Si Mas está en capilla, Pedro Sánchez está sitiado por los suyos. Las baronías del reino de taifas en que se ha convertido el PSOE están moviendo peones y tropas para intentar relevarlo del liderazgo que alcanzó por el voto de los militantes. La presidenta andaluza, Susana Díaz, parece que lidera la rebelión interna y todo indica que la apuesta es firme, aunque puede que el momento elegido para el aldabonazo se le vuelva en contra. Díaz no es garantía de mejores resultados. El problema del PSOE puede que sea de liderazgo pero también lo es de credibilidad y de fortaleza ideológica. Creo que es un despropósito lo que está ocurriendo en este partido centenario que lleva tiempo en una dinámica autodestructiva, tan peligrosa como incomprensible para sus votantes. Los votos no son propiedad de nadie y no parece que luchen por recuperarlos entretenidos como están acuchillándose unos a otros. Un par de batallas internas más y estos dirigentes tan listos pueden dejar a su partido anclado en la irrelevancia. Está claro que no necesitan enemigos externos por mucho que los busquen. Los ciudadanos, ejerciendo su libertad, votan a aquellos con los que se sienten identificados, ese es el único camino hacia la recuperación, volver a parecerse a sus potenciales electores.
Ante este panorama Mariano Rajoy se frota las manos. Sabe que está tan moribundo como los otros pero puede que, por la ineptitud general, el único superviviente sea él.