No sé de qué nos quejamos en España. Las desigualdades sociales crecen, los problemas cruciales se enquistan, el desasosiego ciudadano aumenta, pero el espectáculo es permanente. Los políticos danzan en el escenario y la planta de la corrupción reverdece con fuerza ya sea invierno o primavera. Toda España es como un enorme circo de tres pistas, no nos da tiempo a mirar a tan simultáneas representaciones. Tenemos de todo: equilibristas, escapistas, malabaristas, tragafuegos y magos. Sin olvidar, a los domadores de fieras, al hombre bala y a los payasos. De estos últimos hay abundancia, aunque tragaldabas que se han inflado a cobrar comisiones y mordidas hay tantos que, en vez de reír, nos generan bilis y mala leche. Menos mal que los malabaristas y los magos, desde la pista central del circo, ya nos han tranquilizado haciéndonos saber que en el PP los casos de corrupción son aislados. Ya han tomado medidas, el suma y sigue alcanza los 42.000 metros, están a punto de completar la maratón de la corrupción olímpica.
Fíjense ustedes que, desde las elecciones, hemos visto a un diputado/comisionista del PP sentarse tan fresco en su escaño del Congreso; estallar el caso Acuamed (que se ha llevado por delante al subsecretario de la Presidencia, Federico Ramos, y amenaza con salpicar a Miguel Arias Cañete, anterior ministro de Agricultura y Comisario europeo); han imputado al PP, por presunto encubrimiento, en el caso de la destrucción de los ordenadores de Bárcenas y han sido detenidas hasta 24 personas del PP valenciano por delitos de corrupción. Como ven todo casos aislados, nada organizado ni premeditado, nada que ver con esa frase de “hay pastuki para todos”, o con la voz de Alfonso Rus sumando millones de una mordida, grabadas por la policía.
En resumen, los tres presidentes de las diputaciones valencianas, han sido detenidos. José Joaquín Ripoll, presidente de la Diputación de Alicante cayó en 2010 acusado de recibir sobornos; el de Castellón, Carlos Fabra, cumple condena por fraude fiscal y el de Valencia, Alfonso Rus, que se autoproclama Supermán, es el protagonista de la última macrorredada con acusaciones de corrupción, blanqueo de capitales y financiación ilegal. No olvidar, la dimisión obligada de Francisco Camps, las detenciones o imputaciones de un sinfín de cargos del PP y el cerco que se estrecha en torno a Rita Barberá. Como vemos, una red amplia y bien organizada en un país en el que el saqueo parece una costumbre que pronto podremos elevar a la categoría de tradición. Creo que este espléndido país no se merece tantos villanos y sinvegüenzas.
Lo que tenía que ocurrir ha llegado en el peor momento para Mariano Rajoy. Tras renunciar, cobardemente, a someterse al debate de investidura, pretende ahora, en un movimiento táctico, que sea Pedro Sánchez, que bastante tiene con los navajeos internos, quien sea derrotado en primera vuelta. Así se gana tiempo para consolidar la nueva campaña de lavado de cerebros que se ha iniciado desde Europa, la banca, los medios, los prohombres, exministros, expresidentes, el horóscopo, el oráculo de Delfos y el sustituto del pulpo vidente, Paul. Todos aconsejan una gran coalición o una abstención activa del PSOE que deje gobernar al PP antes de que las plagas bíblicas hundan (presuntamente) la economía y nuestras vidas.
Dicen que si gobiernan otros el prestigio de España se hundirá y Europa nos castigará, y saldremos del euro y de la galaxia hasta perdernos en las tinieblas estelares. A mí, sinceramente, me da la risa. Algunos creen que nos vamos a tragar que Rajoy, que no dimitió el día que le dijo a Bárcenas: -Luis, sé fuerte, puede regenerar el sistema. En este país urge recuperar la dignidad y para ello solo hay un camino: enviar a Rajoy de vacaciones a algún paraíso (fiscal, por supuesto) y que no se preocupe, que en el canal internacional hay fútbol todos los días y circo, sobre todo, circo.