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Entre visillos

El entuerto

Es posible que la brillantez de los oradores haya complacido a sus respectivos seguidores pero el resultado final del debate de investidura suma una nueva frustración colectiva a las decepciones de los últimos tiempos. Las matemáticas son la única disciplina que no ha fallado en este debate que ya sabía a derrota incluso antes de ser convocado. A sumar y restar hace tiempo que aprendimos pero, en este país, somos más expertos en separar que en aunar, sin olvidar nuestra notable experiencia en buscar culpables de los fracasos antes que soluciones a los problemas. Mientras buscamos al malo de esta película se desvanece la posibilidad de sumar apoyos para formar un gobierno con un mínimo de propósitos compartidos.

Estamos inmersos en un galimatías de solución imposible. Hay que reconocer que el candidato Pedro Sánchez se ha esforzado cuanto ha podido. Ha asumido un papel protagonista que, inicialmente no le correspondía, pero al que la cobardía de Rajoy le ha empujado. Ha sorteado muchos obstáculos, los internos de su partido podían habérselos ahorrado sus denominados compañeros, pero ya saben ustedes que las ambiciones personales, es decir, el factor humano casi siempre distorsiona la realidad y también la historia. En cuanto a las dificultades externas ha procurado un imposible al tender la mano hacia dos de los actores principales de la película, Ciudadanos y Podemos, pretendiendo un entendimiento imposible entre la noche y el día.

Rajoy actuó en el debate como durante su mandato, con una superioridad que roza la soberbia de quien cree que el poder le corresponde por ser la fuerza mayoritaria a la que simplemente hay que sumarse cuando él ha sido incapaz de conseguir un solo apoyo más. Ya dije la semana pasada que su tiempo es el pasado y mientras no lo comprenda su partido no levantará cabeza aunque conserve el apoyo de muchos ciudadanos fieles a sus siglas pero no a él. Rivera le ha señalado la puerta pero Rajoy pretende, tras el fracaso de Sánchez, emerger como solución de un sudoku imposible. Si la izquierda parlamentaria no suma la derecha, tampoco y la transversalidad de una negociación más amplia significaría derogar sus propias leyes, revertir la mayoría de sus regresivas medidas sociales y una limpieza a fondo de sus filas manchadas por una corrupción que no ha sabido limpiar como le han recordado Rivera y otros.

El líder de Podemos Pablo Iglesias, se ha demostrado un brillante parlamentario pero ha sido incapaz de crear un clima de empatía con quien dice que quiere gobernar. Le guste o no, de su intervención en el debate se recordará su mención a la cal viva respecto a los gobiernos de Felipe González en la guerra sucia contra ETA, algo innecesario que rezuma un regusto a odio y que aleja la posibilidad de una negociación fructífera y sincera con el PSOE. Si la estrategia es conseguir elecciones su objetivo estará cumplido, pero si pretende lograr un acuerdo es un error para alguien que pretende la hegemonía de la izquierda y que nutre su respaldo electoral de las deserciones de votantes socialistas. Podemos no puede olvidar que el apoyo que ha conseguido no es garantía de fidelidad en el voto, de igual modo que nunca pasa la misma agua por el mismo río.

Hoy con la segunda votación se cerrará este debate de investidura fallido en su objetivo, el resultado es frustrante y lo que venga después es un misterio que sólo resolverán los nuevos y viejos políticos si juegan más al interés común que al propio. De momento, hemos de agradecer a Pedro Sánchez que si lo que nos depara el destino son nuevas elecciones que, al menos, haya tenido la generosidad de poner en marcha el contador de tiempo. Así sabemos ya que, en el peor de los casos, quedan sólo dos meses de calvario para procurar deshacer el entuerto que ellos son incapaces de resolver siendo tan listos y hablando tan bien desde la tribuna de oradores que les hemos prestado.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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