En las fiestas de los pueblos cuando pasa la charanga deja unos segundos en el aire el rumor de la melodía. Todavía retumban en nuestros oídos los últimos sonidos de esta campaña electoral que comenzó el pasado invierno y concluye con el calor del verano. Es innegable que la temperatura de la contienda electoral ha subido como el termómetro, de golpe. Hay nervios y cierta ansiedad general. No sabemos si todo seguirá como hasta ahora o los ciudadanos con su voto darán la vuelta a la tortilla. En cualquier caso el futuro está por estrenar y la tentación de la novedad produce un cierto vértigo, es lo que tiene el porvenir que, en ocasiones, se viste de sorpresa. Pase lo que pase la noche del domingo será tiempo de emociones. Puede que haya ganadores que pierdan y todo lo contrario, pero seguro que tanto entre los políticos como entre los votantes habrá esperanzas quebradas y otras satisfechas. Merecemos que de estas urnas salga un gobierno, pero sobre todo los ciudadanos esperamos que cese ya el estruendo de la charanga que escuchamos desde hace meses.
Lo que está por venir lo sabremos el domingo pero en esta campaña hemos visto de todo. Es innegable que ha habido más tensión y más nervios porque se vive en el terreno de la incertidumbre. Pese a la intensidad de la campaña mediática, especialmente en televisión, creo que se ha seguido con cierto desapego ciudadano. No obstante, hay que reconocer que ha habido indudables escenas de comedia con libretos espléndidos al estilo de las películas de Paco Martínez Soria y La ciudad no es para mí. Si me piden que elijan el momentazo de esta campaña yo dudo entre la emoción de Rajoy en el campo de alcachofas de Tudela o la escena/mitin en una granja en la que el presidente en funciones explicaba, mientras mugían las vacas, que “España es una gran nación y sobre todo, tenemos algo muy importante: españoles”. Es probable que las vacas todavía permanezcan atónitas ante tan insólito espectáculo. Seguramente el vaquero les dobló la ración de alfalfa para reanimarlas del susto. Yo confieso que, como soy hija de lechera, me quedo con la escena de la vaquería. Es que yo soy muy sentimental aunque reconozco que en mi interior el espectáculo de la granja compite con la aventura de Mortadelo y Filemón protagonizada por el inefable espía de adversarios políticos, el ministro Jorge Fernández Díaz. Por lo demás, las cosas han transcurrido por los senderos de siempre. Hoy algunos firmarían por quedarse, al menos, con los resultados que obtuvieron el 20-D y otros aspiran a mejorar pero nada hay de cierto ni en las encuestas ni en las intuiciones de los candidatos ni entre los ciudadanos, muchos de los cuales todavía albergan dudas de a quién votar.
Todos los candidatos dicen querer una España mejor, pero lo complicado es definir qué significa mejor y quienes percibirán la mejoría. Esta es una tarea tan ardua como explicar en qué consiste la felicidad. Si ha existido una estrategia de la que se ha abusado en esta campaña, ha sido la de meter miedo al votante sobre su propio futuro según cuál sea el resultado electoral. Creo que es una irresponsabilidad que puede tener efectos contrarios a los pretendidos. Gobierne quien gobierne el futuro es una incógnita y nadie puede asegurar cómo será, nadie. Por eso lo importante es votar desde la propia libertad. En un país en el que hemos votado muy poco a lo largo de la historia, votar es un derecho conseguido con dolor, por eso es un orgullo ejercerlo. Hubiera sido mejor que no se repitieran las elecciones pero, no lo duden, todavía sería peor que no pudiéramos votar. El futuro empieza el domingo, así que, si tiene dudas, despéjelas y vaya a votar a quien crea que le ofrece el país más parecido al que usted sueña.