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Entre visillos

Dragones

          En este mundo loco a algunos les gusta capturar pokémons y otros prefieren cazar dragones. El cardenal de Valencia, Antonio Cañizares, durante años ha buceado en el Apocalipsis y por eso combate en cruzadas contra los dragones. Ya saben, el diablo siempre vuelve pese a que el “ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo  y con una cadena en la mano, prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años” (Apocalipsis 20, 1-3). Pues eso, que Cañizares no puede dejar de perseguir dragones y trata de lancearlos con menos acierto que don Quijote con los molinos.
Dice el cardenal de Valencia que “hay ideologías que matan al hombre, como la ideología de género, que todo lo fija en lo que decide el hombre y desaparece Dios y la Naturaleza” para, como ya ha hecho en otras ocasiones, afirmar que el anhelo la igualdad entre hombres  mujeres  es “la peor de todas las ideologías de la historia”. Según advierte Cañizares el nuevo dragón que amenaza a Jesucristo y que se une a la legión de dragones que hasta ahora han sido vencidos por el amor de Dios, es la perniciosa búsqueda de la igualdad la que va a destruir a la humanidad. Dice hablar contracorriente porque “Dios quiere que os enseñe la verdad, aunque algunos no la crean, aunque me crucifiquen”. Es decir, que en este deseo de martirio Cañizares ha comparado la igualdad de derechos de hombres y mujeres con el nazismo.
           Yo desconozco, pues ningún historiador lo ha acreditado, si entre las tropas aliadas que sometieron al dragón nazi, cuya serpiente visible era Hitler, había algún batallón de tropas angélicas capitaneadas por el arcángel San Miguel pero lo cierto es que al III Reich lo derrotaron las tropas aliadas y de su victoria emergió una Europa en libertad. A mí me preocupan hace tiempo estas declaraciones sorprendentes de algunos miembros de la jerarquía católica española porque se inscriben en un círculo ideológico tan excluyente como pernicioso. Cañizares olvida, por ejemplo, que cuando Pío XI publicó su encíclica Mit brennender Sorge, contra el nazismo, la jerarquía católica española, siguiendo indicaciones del cardenal Gomá, decidió no difundirla para, ocultándola, favorecer los intereses de los militares sublevados al mando del general Franco. Probablemente entonces este dragón, les pareció una pequeña culebrilla veraniega y por eso callaron. Primó el interés político sobre el evangelio. Esto es historia comprobada. Cuando se liberaron los campos de concentración nazis y se vio la magnitud destructiva de los dragones totalitarios sólo entonces hablaron.
            El cardenal Cañizares puede emplear su libertad para expresarse como quiera pero, al menos, cuando insulte a quienes luchan por los derechos de hombres y mujeres, que lo haga desde el rigor histórico. Cuando escucho a algunos representantes de la jerarquía católica española siento un cierto estremecimiento interno porque se inscriben en una tradición rancia, que se aleja del respeto al que no piensa igual con la misma vehemencia que lo hacen los fundamentalistas de cualquier credo. Eso sí que es peligroso. Me gustaría poder felicitar a Cañizares, por ejemplo, por iniciar una cruzada para aniquilar los dragones que habitaron y habitan en seminarios y colegios donde cientos de niños fueron abusados por las serpientes del infierno sin que nadie les haya pedido perdón ni los haya defendido en sus derechos. Esos dragones sí que asustan, sobre todo porque algunos pretenden que en vez de la justicia humana los juzgue Dios en otro mundo.
           Al señor cardenal, modestamente, le sugiero que piense en Jesucristo viviendo en este siglo y a lo mejor lo vería encabezando una manifestación por la igualdad de derechos de mujeres, gays, lesbianas y transexuales. Además del Apocalipsis también es bueno leer el Eclesiastés, porque siempre hay tiempo de hablar y tiempo de callarse.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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