En la sede central del PP y en Moncloa reina la tranquilidad. Si alguna preocupación había por el inicio del macrojuicio sobre la corrupción de la trama Gürtel el PSOE les ha devuelto la calma tras la hecatombe de su último Comité Federal. Una vez comprobado que la corrupción no les pasa una factura tan elevada como creían y dado que su principal competidor, el PSOE, ha decidido achicharrarse en la hoguera de las vanidades, sus temores se han tornado en jugosas expectativas.
El conflicto interno del PSOE surge, aparentemente, por la posición del partido respecto de un posible nuevo debate de investidura de Mariano Rajoy. A estas alturas es muy probable que los diputados socialistas no tengan siquiera la oportunidad de votar. Cualquier observador percibe que la nueva perspectiva del PP pasa por propiciar nuevas elecciones que incrementen su número de diputados. No es extraño que ésta sea su mejor opción, alegarán que no hay garantías de gobernabilidad ni aun en el caso de que una abstención socialista diera la presidencia a Rajoy. El PP tiene ahora enfrente a un PSOE descabezado, dividido, sin rumbo claro y que se ha acuchillado públicamente en una guerra interna por el poder de un partido ya muy debilitado electoralmente. El error estratégico del PSOE para sucumbir a esta pelea interna es evidente. Ni era el momento ni las formas empleadas han transcurrido por los caminos de camaradería y fraternidad que se supone a quienes se llaman compañeros. En cada uno de los bandos enfrentados ni todos son héroes, ni todos son villanos pero todos son culpables del despropósito.
A muchos les gustaría regresar al pasado para evitar lo ocurrido. El problema, como todo en la vida, es que lo hecho, hecho está. Ahora toca recoger los restos del naufragio para intentar que la llama del socialismo perdure y reflote con el tiempo. La tarea es complicada sobre todo porque muchos no están por el armisticio. En ambos bandos hay quienes han decidido retirarse a sus cuarteles de invierno para rearmarse. Es decir están a la espera de una mejor ocasión para conseguir sus objetivos, cuando lo que debieran hacer las partes enfrentadas es deponer las armas para empezar de cero.
El camino va a ser largo y el trayecto plagado de dificultades. Hay retos ideológicos que completar en una Europa cada vez más débil, más oxidada democráticamente y más alejada de la ciudadanía. Por otro lado estaría el problema del liderazgo y este aspecto es tan complicado como crucial. Si hubiera terceras elecciones tendrán que improvisar un candidato a la presidencia del gobierno. En este clima, tan complicado resulta encontrar un mirlo blanco que acceda a pilotar el avispero que es hoy el PSOE como seducir a los votantes tras el incendio de Ferraz.
Para el liderazgo a largo plazo la cosa sigue siendo complicada. Creo que ninguno de los que han participado en las trincheras de este combate está legitimado moralmente para recomponer la unidad, elemento imprescindible para dar fortaleza a un partido ante su electorado. Tanto Pedro Sánchez como Susana Díaz son víctimas de sus respectivas ambiciones y de sus constatados enfrentamientos por esa causa. Ni el órdago intempestivo de Sánchez ni asumir la capitanía del motín contra secretario general por parte de Susana Díaz ha dejado impolutos a ninguno. Si Sánchez está debilitado, Susana Díaz se ha quemado en el incendio. Es muy difícil que pueda sellar heridas quien es vista por los partidarios de Sánchez como la inspiradora de su caída y, al contrario, por quienes consideran a Sánchez y su ejecutiva causantes de la pérdida de rumbo y de votos del PSOE. Creo sinceramente que los liderazgos fuertes se forjan en sintonía con la sociedad no en las intrigas de los aparatos de los partidos, estando más atentos al sentir de la calle que a las trincheras internas de la organización. El testigo debe tomarlo quien borre de la memoria de los electores tan descarnado enfrentamiento. Se precisa de alguien, con suficiente trayectoria y bagaje intelectual y humano, que pueda reconciliar al electorado socialista con sus ideales históricos. El PSOE es un partido con una historia muy vinculada a las aspiraciones colectivas de este país, por eso en el corazón de militantes y votantes sólo queda una esperanza: que lo que no mata, fortalece. El tiempo lo dirá.