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Entre visillos

Gana Trump, no lo duden

Mientras “Miura”, la cabra de la Legión, atraía las miradas  de los presentes en el desfile militar del 12 de octubre, por no sé qué extraña asociación de ideas, me vino a la cabeza uno de los infinitos excesos verbales de Donald Trump sobre las mujeres. De pronto lo vi sentado en una tribuna preferente en el desfile de mujeres candidatas a Miss Universo, en uno de esos certámenes que él patrocinó durante años. Seguramente le parecerían un magnífico espectáculo de carne fresca y tersa de la que poder disfrutar como el seductor de tres al cuarto que cree ser, más gracias a su cartera que a su encantador tupé. No menciono su atractivo intelectual porque a estas alturas ya intuimos que es un recurso natural del que anda bastante menguado.
           Si Abraham Lincoln levantara la cabeza y escuchara su desparpajo impertinente volvería a pronunciar su acertado aforismo, “es mejor estar callado y parecer estúpido que abrir la boca y disipar las dudas”. Después correría a refugiarse en su tumba, con cierto desasosiego, tras comprobar qué clase de estadistas presenta a la presidencia el Partido Republicano.
 A continuación lo imaginé con Putin, uno de sus políticos preferidos, departiendo sobre el futuro de la humanidad y, sinceramente, sólo como hipótesis me echo a temblar. Los veo en una cumbre ruso-americana compartiendo un brindis de vodka y bourbon y el resultado puede ser la mundial (la tercera guerra mundial, quiero decir). Me acordé de Silvio Berlusconi, otra destacada figura del machismo triunfante. No me digan que no resultaría alucinante una recepción oficial con Putin, Berlusconi y Trump que concluyera en un discreto festejo (sólo para hombres) en una villa del Cavaliere practicando el “bunga-bunga” que, como sabemos, es muy de machotes.
           Como no tengo remedio cuando me pongo a fantasear me introduje a mí misma en el divertimento mental de especular qué ocurriría en España si este peculiar personaje en vez de candidato a la Casablanca lo fuera a la Moncloa. Reconozco que me tuve que tomar una tila porque, de pronto, vi con claridad meridiana que podía arrasar como lo hizo Berlusconi en Italia en sus mejores tiempos.  Sabemos que Trump es un machista irredento, xenófobo convencido y un contribuyente que ha evitado durante dieciocho años pagar los impuestos que le correspondían. Sin embargo, se presenta como el defensor de las clases trabajadoras que pelea (él solito) contra el establishment político, como si fuera un moderno revolucionario, pese a ser un multimillonario que, cuando venían mal dadas en sus negocios, estafaba a los pequeños inversores. Todo esto es lo que conocemos de Trump.
           De nuestra querida España sabemos que durante años hemos tenido ministros y políticos con cuentas opacas en paraísos fiscales y en Suiza, cobradores de sobresueldos en negro, adjudicadores de contratos públicos a cambio de mordidas y donaciones para el partido gobernante. Ya saben, incontables tropelías, todas presuntas. Lo que está probado, en nuestras propias carnes, es que han recortado nuestra sanidad, nuestra educación y restringido las ayudas a la dependencia para salvar unas cajas de ahorros, como Bankia, en la que destacados políticos y otros padres de la patria no sólo se forraban con sueldos astronómicos sino que tenían tarjetas, en negro, para sus gastos y caprichos personales. En esta negrura, resulta muy patriótico que el partido al que pertenecían la mayoría esté siendo juzgado por ser beneficiario, a título lucrativo, en la causa por corrupción más importante desde el inicio de la democracia. Pese a que el cesto de manzanas podridas está repleto, el PP sigue invocando su pretendido amor a España insistiendo en que los buenos españoles son ellos y los malos todos los demás. Por eso, el día de la fiesta nacional, tras contemplar nuestra patria herida, imaginé que en EEUU puede que no gane pero en España es seguro que triunfaba Donald Trump.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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