El pasado sábado Rajoy veía caer el último obstáculo para acceder por segunda vez a la presidencia del gobierno. La abstención de la mayoría de los diputados socialistas obró el prodigio. El triunfo de unos sentencia la derrota de otros. Por eso, al tiempo que un Rajoy ufano salía del hemiciclo, el PSOE, su tradicional adversario, ardía en su propio incendio. El rescoldo durará tiempo, siempre hay voluntarios para avivarlo. Un vistazo a las redes sociales es suficiente para advertir la dimensión de la herida dentro del PSOE, las descalificaciones entre partidarios de una u otra postura, de uno u otro líder superan la cordialidad y el respeto.
En este clima compareció Pedro Sánchez en el programa de Jordi Évole. Parecía un hombre dolido, herido por otros y, por sí mismo, vencido. Cuando la situación anímica es de fragilidad es aconsejable tomar distancia para sobreponerse. Nadie supera de golpe las decepciones y menos cuando los puñales son tan próximos y recientes. Es lo que tiene el poder, aparecen amigos que nunca lo fueron. Sánchez no hizo autocrítica, reconocer los propios errores es más doloroso que identificar a quienes te han abandonado, engañado o maltratado. Resultó candoroso que Sánchez reconociera ante la audiencia que hay poderes económicos que tratan de condicionar el poder político, grupos de presión inmisericordes en defensa sólo de sus intereses. En fin, algo que los ciudadanos saben sin pretender aspirar a la presidencia del gobierno. A estas alturas nadie ignora que los gobiernos mandan poco pero, muchos saben, que un gobierno decente intenta, cuando menos, contrapesar la influencia y la supremacía de esos tentáculos más omnipotentes que los estados. Si hemos llegado hasta aquí ha sido precisamente por no poner límites a esos poderes que nadie elige y que nos han sumergido en una crisis en la que unos engordan y otros sobreviven.
Pedro Sánchez dejó claro que va a competir en unas primarias para regresar a la Secretaría General del PSOE y lanzó un mensaje a Susana Díaz para que comparezca en la carrera sin ocultarse detrás de sus peones. El problema es que la cosa es más complicada que un duelo entre narcisos competidores cuyas diferencias políticas desconocemos porque han reducido el debate a un problema de poder y no de proyectos.
El PSOE hace tiempo que arrastra dos problemas endémicos, el primero es ideológico y el segundo es de liderazgo. Desde hace tiempo la socialdemocracia europea transita sin rumbo claro. La crisis económica lo ha hecho más evidente al carecer de una alternativa potente a las políticas neoliberales impuestas. Se han aceptado las políticas de austeridad que no están impulsando el crecimiento en toda Europa y de aquellos polvos vienen estos lodos. El expresidente Zapatero en mayo de 2010 se rindió a las exigencias de Merkel, modificó el artículo 135 de la Constitución (con el apoyo de Sánchez) y los votos del PP. Al no convocar elecciones por haber incumplido su programa, socialdemócratas y conservadores aparecieron como aliados y el electorado dejó de percibir las diferencias entre la izquierda hegemónica y la derecha tradicional. Ahí cristalizó la desconexión con el electorado. A esta circunstancia se une el problema de liderazgo que hubiera sido menos relevante si la fuerza ideológica del partido lo hubiera acompañado, pero Pedro Sánchez no ha conseguido en este tiempo establecer sintonía con el votante tradicional del PSOE de ahí sus menguados resultados. Los ciudadanos que permanecieron fieles ya no votaban con la alegría de antaño y eso propició el nacimiento del 15-M y de Podemos.
A estos dos problemas hay que unir ahora el desengaño y la indignación que la deriva actual ha producido. Si el acuchillamiento público entre dirigentes y militantes continua, el PSOE puede pasar a la irrelevancia. Pedro Sánchez ya nos ha mostrado sus debilidades. Susana Díaz ha acreditado ser más diestra con la espada que con las ideas. Lamento repetirme pero los dos son protagonistas del desastre. Enzarzados en la pelea de gallos están más cerca de romper el PSOE que de convertirse en su vanguardia ideológica. Suicidarse es una forma romántica de morir pero sería demoledor para un partido con tanta historia. Esperemos que el PSOE albergue todavía más inteligencia que rencor.