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Entre visillos

Morir quemada de frío

Ella ahora está muerta. Horas antes, su nieta le había dejado la cena y le había traído más velas. Desde hacía tiempo ella era su contacto con el mundo exterior y la única razón para continuar viviendo. Entre las dos sorteaban, como podían, los interminables obstáculos que el destino disponía para ellas cada día. Los trabajos de Hércules serían hoy una minucia comparados con la lucha por la supervivencia cuando el destino te lo ha quitado todo y te deja con una exigua pensión que da para comer y no para cenar.
           Desde que Gas Natural le cortó la luz su vida se había hecho todavía más complicada. Hacía más de dos años que no encendía la estufa pero, al menos, la nevera funcionaba y, en la soledad de la noche, podía ahuyentar los fantasmas con la lámpara de la mesita. A veces se preguntaba cómo era que lo había perdido todo y entonces, recordando otros tiempos más felices, se le llenaban los ojos de lágrimas y el corazón de hielo. ¡Cuánto frío albergaba su casa y su alma desde hacía tiempo! La rueda de la vida gira pero nunca hacia atrás. Ella era consciente de que a su edad era imposible reiniciar el camino, por eso se preguntaba, ¿adónde ir que no haga frío? Algunas veces, cuando todavía salía a pasear, advertía miradas furtivas de quienes percibían en su aspecto la pobreza de su día a día. Sentía en sus ojos el reproche que la culpabilizaba cómo si ella  hubiera sido libre para elegir su destino.
           Aquella tarde media España lloraba con el anuncio de la lotería de Navidad, ella jamás podría verlo. Se asomó a la ventana y observó la superluna que alumbraba en ese momento su habitación. Por eso, encendió las velas un poco más tarde y se quedó dormida envuelta en todas las mantas que tenía. En medio del frío, el calor le despertó, estaba ardiendo. Mientras se ahogaba toda su vida se agolpaba en su mente. Al caer recordó a su nieta, era la única que la echaría en falta en este mundo de mierda que, por fin, terminaba para ella.
           Pudo ser así o, quizás, de otra manera. Lo único cierto es que ella ha muerto y no hay protesta que pueda salvarla. Cuando fue posible nadie quiso tomar nota de que una mujer de 81 años no podría por sí misma sobrevivir a la desgracia. La noticia de su muerte saltó muy de mañana y circuló rápida por el universo mediático español. Cuando ocurren tan graves infortunios una bofetada de realidad nos sacude y nos escandaliza porque, seamos sinceros, tratamos de ignorar lo que presentimos cuando no nos concierne directamente.
           En este caso ya nada puede hacerse, salvo enterrarla con la dignidad que no se le tuvo cuando vivía en la soledad de su vivienda. El final de esta historia es tan desgarrado como la inmensidad de nuestras contradicciones. Esta muerte se convierte en un grito que, desgraciadamente, perdurará hasta que otra nueva desgracia la cubra con el velo de la actualidad. Mientras el ayuntamiento de Reus, Gas Natural y la Generalitat se echan las culpas mutuamente y nosotros nos indignamos para tratar de aligerar nuestra conciencia, otra verdad emerge con fuerza. En la época de más progreso y, supuestamente, mayor inteligencia estamos perpetuando un mundo insolidario confiando únicamente en que no nos roce la tómbola de la desgracia.
           El destino de esta anciana es una lotería que nadie quiere pero que toca sin necesidad de comprar boletos. Por eso, cuando el anuncio de la Lotería Nacional de este año le haga llorar mostrándole a una anciana despistada pero rodeada de afecto, no olviden que miles de ancianos viven solos y abandonados en torno a unas velas que sólo calientan su añoranza de otros tiempos. Una anciana ha muerto para confirmar que hace tiempo que murieron la decencia y la dignidad públicas simplemente porque lo consentimos.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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