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Entre visillos

Lágrimas

Cuentan las crónicas sobre el congreso del PP de La Rioja que en el transcurso del mismo hubo lágrimas. Pedro Sanz, conocido popularmente como Pedrone, el hombre que con mano de hierro ha conducido durante un cuarto de siglo los destinos de la derecha riojana lloró de emoción y, después del recuento de votos, comentan que de conmoción. No es para menos. En sus tiempos de gloria ni una mosca hubiera sobrevolado los salones de Riojaforum sin su permiso. Ahora que su poder ha quedado periclitado los afiliados de su partido se han tomado la revancha después de años de obediencia y sumisión al líder. Cuando supe de las lágrimas que habían rodado sobre sus mejillas, evoqué la insuperable escena de Quo vadis? cuando Peter Ustinov, en el papel de Nerón, llora antes de ordenar el incendio de Roma. En este caso el fuego de las urnas no precisó la ayuda de los bomberos aunque Pedro Sanz, por dentro, sintió que su orgullo ardía en la hoguera de la humildad, una virtud que jamás había practicado. La corona de laureles, que adorna a los líderes y que durante años lució, creyéndola eterna, desapareció para siempre de su frente y pasó a adornar la cabeza de un Ceniceros exultante.
Sanz que pudo retirarse con elegancia el día que fue relevado de la presidencia del gobierno, o incluso antes, no quiso hacerlo y permaneció en la sombra pretendiendo influir en su fortuito heredero que ahora regentaba el chiringuito gubernamental. Ceniceros fue siempre un hombre fiel y sumiso a Pedro Sanz, por eso él lo eligió. Durante años Ceniceros y otros muchos fueron su guardia pretoriana, llevaron adelante sus consignas y sus imposiciones. Obedientemente, aunque no lo compartieran, toleraron las salidas de tono de su jefe. Cuando Pedro Sanz elegía una víctima no cejaba en su empeño hasta destruirla, no siempre lo consiguió, pero su cohorte jamás alzó la voz ni en las purgas internas ni en las cacerías a miembros de la oposición.
           Por eso este proceso congresual del PP ha sido duro, muy duro, especialmente para José Ignacio Ceniceros que ahora desempeñaba el papel de víctima propiciatoria en el intento de Sanz de proclamar a su verdadera heredera. La rueda de prensa de Sanz explicitando su apoyo a Cuca Gamarra fue sorprendente, sus palabras no fueron de refuerzo de la alcaldesa de Logroño sino contra José Ignacio Ceniceros. Sanz, que jamás fue generoso, pedía generosidad. Él, que se va porque no le queda más remedio, hablaba de saber echarse a un lado para dejar paso. ¡Qué ironía! A las declaraciones teñidas de hipocresía hay que sumar las del presidente de la Cámara de Comercio de La Rioja, José María Ruiz Alejos, denunciando que no había timonel en el gobierno de La Rioja. Otro dardo envenenado a la línea de flotación de Ceniceros pilotado por Pedro Sanz.
           Es indudable que en el afán de acabar con José Ignacio Ceniceros se le ha ido la mano y eso ha terminado removiendo a la militancia que, en todos los partidos, no soporta la división pública de sus representantes. Al victimizar a Ceniceros con declaraciones tan duras e intempestivas, Pedro Sanz le ha dado la fuerza y, a su pesar, el liderazgo. Lleva razón Ceniceros cuando, antes de ganar, afirmaba que en este clima incluso el triunfo era una derrota. Pacificar su partido tras el proceso sangriento que se ha vivido es un reto. Después de haber sufrido en sus propias carnes el estilo implacable del más genuino Pedrone seguramente ha aprendido más que en toda su carrera política. Ahora sabe que lo que está mal, está mal aunque no se lo hagan a uno.
          Pedro Sanz sin práctica en asumir derrotas también ha aprendido lo efímero e imprevisible que es todo en política. Al actual vicepresidente del Senado le queda un retiro dorado despojado de todo poder de influencia. No será el único disgusto que coseche antes de pasar a integrar el único tiempo que le queda, el del olvido.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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