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Entre visillos

Un tiempo que ya no existe

pedro-sanzEsta es la crónica de un tiempo que ya no existe. Puede que movida por la nostalgia decidiera asistir, el 15 de junio, al pleno del Parlamento de La Rioja en el que se sustanciaba la reprobación del que durante veinte años fuera el omnipresente presidente de La Rioja, Pedro Sanz. Es sabido que esa desaprobación parlamentaria solo es una especie de reprimenda sin efectos jurídicos pero, indudablemente, no fue un buen día para un hombre acostumbrado a mover personalmente todos los hilos políticos de esta región. Pedro Sanz no tuvo la valentía de escuchar la censura sobre su chalet ilegal o la financiación de la sede del PP, por parte de los grupos parlamentarios a través de una propuesta materializada por Podemos y votada, en la parte de la reprobación, por Ciudadanos y el PSOE. Por eso, Pedro Sanz, popularmente llamado Pedrone, abandonó el hemiciclo huyendo de las palabras como quien huye del incendio que lo devora y que ya no puede controlar pese a haber ostentado el poder absoluto en esta región.
          Así que, el mismo día en que se cumplían los cuarenta años de que los españoles votaran las cortes constituyentes de 1977, mientras el popular Pedrone huía por la puerta trasera del hemiciclo, yo llegué a él para recordar otra fecha del pasado. El 7 de diciembre del año 2000, día en que se celebraban los actos del día de la Constitución, se recibía en el parlamento riojano al ministro Ángel Acebes, el mismo que esta semana ha prestado declaración en el juzgado por el sumario sobre corrupción del caso Gürtel, ya ven ustedes las vueltas que da la vida. Acebes llegó precedido por el presidente Sanz que, con su habitual falta de educación, se negó a saludar a quienes no le gustaban. Entre los castigados por su rencor estaba quien esto escribe.
          Sanz, en los momentos álgidos de una gloria que él creía eterna, ideó la ejecución de una venganza parlamentaria para reprobar a la diputada que denunciaba la adjudicación de importantes contratos de la Consejería de Salud a una empresa de la que era accionista el propio consejero. Hoy hubiera sido un escándalo de primera magnitud por el clima de crispación que produce la corrupción política pero, en ese tiempo que ya no existe, era posible darle la vuelta a la tortilla. A nadie le importaba, así que en vez de cesar al Consejero, se pidió la reprobación de esta columnista, entonces diputada socialista.
Para poder “censurar” a la parlamentaria que denunciaba irregularidades de su gobierno, Pedro Sanz, con su larga mano, consiguió que sus compañeros al frente del Parlamento forzaran el Reglamento y se admitiera una propuesta que no tenía precedentes. Digo forzando el Reglamento e incluso el sentido común, porque lo natural en un parlamento que tiene entre sus funciones la de controlar al gobierno, era reprobar al Consejero que adjudicaba obras de forma irregular y no a quien, lo denunciaba.
          En este nuevo tiempo, diecisiete años después, ese precedente parlamentario que promovió mi reprobación, aunque nunca llegó a efecto, es el que ha permitido tramitar el tirón de orejas a Pedrone. Casi siempre el pasado regresa, a veces, en forma de venganza y otras, de reparación del daño producido. Es lo que tienen los caprichos del tiempo.
          He aprendido que hoy nadie hubiera aplaudido ni consentido, como se hizo entonces, la salida de tono de Pedro Sanz pero es que el tiempo de la política no es el tiempo de la historia. De las risas del cortoplazo pasamos a la perspectiva que da el transcurrir del tiempo, se ve con más claridad la realidad y con más crudeza los hechos. Por eso, esta crónica es la de un tiempo que ya no existe aunque quienes quedaron seducidos por la telaraña del poder crean que siguen siendo el centro del universo. En el pasado, hasta los dinosaurios perecieron y, aunque sonreímos al recordarlos, ya no nos alcanzan ni aun en los sueños.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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