La posición firme de los españoles siempre es contra algo, sostenía Machado en su Juan de Mairena y probablemente tenía razón. Parece que en la plaza pública lo importante no es cómo son las cosas, sino quien está más en contra de tal o más a favor de cuál. Destacar sobre el otro, diferenciarse un punto más o, como diría aquel, yo siempre dos huevos más. No puedo obviar que estas cosas conducen a la desesperanza.
El éxito obtenido por la novela de Fernando Aramburu, Patria, más allá de su calidad literaria, me hizo pensar que con ella estaba ocurriendo como cuando uno tiene una pena que lo angustia y necesita verbalizarla, contarla a un amigo para poder comenzar a superarla. Ese efecto galvanizador creo que tiene una novela de ficción que es una crónica muy pegada a la realidad psicológica y sentimental de la Euskadi envenenada por el protagonismo central de ETA en su devenir cotidiano.
El 28 de junio en el ayuntamiento de Rentería, el alcalde de EH Bildu, Julen Mendoza, rindió un homenaje, acordado con los familiares de las víctimas, a tres de sus vecinos asesinados por ETA: Manuel Zamarreño y José Luis Caso, concejales del PP y Vicente Gajate, policía local afiliado al PSOE. Los dos primeros fueron ajusticiados después de Miguel Ángel Blanco y el tercero, en 1984. Ha sido un gesto sin precedentes que un partido como EH Bildu, con sectores todavía reacios a condenar la violencia y los asesinatos de la banda terrorista pese a la evidente derrota de la organización. A mí este pequeño gesto me pareció que, aunque sea tarde, ha llegado y que hay gente dispuesta desandar el camino y a reconocer sus errores que no son pequeños, que quebraron la convivencia durante varios lustros y dejaron más de 800 muertos.
Después llegó el 13 de julio, fecha en la que se cumplía el 20 aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de Francisco Javier García Gaztelu, «Txapote». Es cierto que este hecho marcó un punto de inflexión en la lucha contra ETA, que fue una conmoción en todo el país y que llenó las calles de actos de condena y repulsa pero, cuatro lustros después, la utilización partidista de un compatriota asesinado vuelve a abrir trincheras dialécticas y tensiones políticas. Parece que, ahora que ETA es solo un doloroso recuerdo, todavía hay quien se empeña en repartir carnets de buenos ciudadanos exagerando diferencias que en el fondo no existen. La polémica en torno a la posición de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, es el mejor ejemplo de una divergencia gestual que en vez de sumar, resta; en vez de unir, separa. La exjueza, Carmena sobrevivió a un atentado de la extrema derecha en la conocida matanza de Atocha (1977) y estuvo amenazada por ETA en su etapa judicial. No creo que haya nadie tan partidario de la no violencia. El problema es que, regreso a Antonio Machado, contra algo o alguien algunos se creen más.
Y en este clima, llegó el 18 de julio, fecha inscrita en nuestra historia con ribetes de tragedia. La sublevación de algunos mandos militares contra el gobierno de la II República derivó en una Guerra Civil cuyas heridas todavía permanecen abiertas. El entierro, el pasado 2 de julio, del padre de Ascensión Mendieta, una mujer que a sus 91 años ha podido dar sepultura a su familiar en el cementerio de La Almudena (Madrid) tras haber sido fusilado en noviembre de 1936, es una prueba de lo mucho que queda por hacer. Cada familia tiene sus muertos y todas ellas tienen el mismo derecho a llorarlos, a recordarlos y a enterrarlos. La dignidad humana debiera permanecer alejada de los intereses políticos y de quienes se esfuerzan en reescribir la historia a su antojo.
Por todas estas cosas a veces me pregunto si este país de malquerencias encontradas tiene remedio. Recuperando de nuevo a Machado, convendremos que podemos considerar patriota a quien, por pasión, oculta y evita criticar nuestros defectos, pero solo será un buen español si trabaja por superarlos. Este es el reto que nos debemos a nosotros mismos si queremos respirar la libertad de nuestro propio futuro.