No es fácil permanecer impasible ante un asesinato salvo que seas un instrumento voluntario del terror y militante del horror. El terrorismo tiene una lógica ajena al sentido común y quienes manejan los hilos tienen razones y propósitos que se levantan sobre la muerte, la muerte ajena. Con los asesinatos de Barcelona todos hemos sufrido. Cada muerto, cada víctima, duele, aunque cada uno se conduela más con los propios. Desgraciadamente, no somos los únicos que hemos sufrido el terrorismo, el dolor está muy repartido. Casi simultáneamente también han sido objetivos de los terroristas Finlandia o Nigeria, donde 30 personas fueron asesinadas por Boko Haram. En lo que va de año los terroristas del yihadismo han producido 10.326 víctimas (Irak 309 atentados, Afganistán 115 y Nigeria 67). La cifra da escalofríos.
Estos días hemos visto y oído muchas cosas terribles. Solo la solidaridad con las víctimas nos devuelve la esperanza y nos enseña que hay más gente de buen corazón que malvados. Sin embargo, es momento de reflexionar sobre un fenómeno enormemente peligroso que ha florecido con fuerza estos días y que estaba agazapado entre nosotros. Al calor de la indignación y del dolor que produce el terror muchos han encontrado el caldo de cultivo para fomentar la xenofobia y el odio al que creen diferente. Las redes sociales han sido el mejor vehículo para la difusión de bulos, mentiras y odio: que si hay que echar a todos los inmigrantes, que si cobran subvenciones que se niegan a españoles, que si no se manifiestan en las calles, que si los mossos hablan catalán, que no hay huevos para hacer lo que hay que hacer, etc. Tras la lista de los supuestos agravios, la polémica sobre la instalación o no de bolardos en las Ramblas ha sido la estrella. Así, un sacerdote de Cuatro Caminos ha acusado a la alcaldesa de Barcelona de cómplice de los terroristas. Un exabrupto que oculta otros debates como la seguridad privatizada en aeropuertos y estaciones, sin control policial efectivo, cuando por ahí entran y salen más terroristas que en las pateras. Hay hasta quienes han reclamado al ejército pero no para ayudar sino para asumir el mando.
Han florecido como setas páginas web que ocultan intereses políticos extremistas y que muchos, inocentemente y otros con complicidad, difunden sin reparar en la nocividad de las mismas. Quienes administran esos bulos saben lo que hacen, quieren fomentar el enfrentamiento soltando barbaridades contra inmigrantes, catalanes y políticos inútiles. Como son muy machotes aplauden a exaltados añadiendo que tienen “dos cojones” y que dicen “verdades como puños” no como los blandengues buenistas encubridores de terroristas. Creo que “cojones” deben tener porque es lo único que muestran, pero de inteligencia no andan sobrados y la historia nos lo enseña.
Algunos resucitan ese viejo y falso mensaje de que el terrorismo se acaba con “mano dura” y no con las tontadas de los minutos de silencio. Se olvidan de que el palo y la estaca hasta ahora solo nos han traído guerras y millones de muertos. Recordemos nuestro propio pasado, nuestra propia guerra y la dictadura o como acabó la Alemania conducida por el líder de la mano dura y alzada, Adolfo Hitler. Pensemos en la invasión de Irak, Afganistán, etc. y valoremos sus desastrosos resultados. En realidad, los que desde el odio juegan a dividirnos son el mayor éxito de los terroristas cuyo objetivo es enfrentarnos para que desconfiemos de nuestro propio sistema democrático y de las libertades que es lo que quieren destruir.
En España luchando contra ETA aprendimos dos cosas importantes, que los culpables son los terroristas que siempre van a buscar el modo de hacer daño. Y segundo, que la unidad política y social garantiza la eficacia operativa de todos nuestros Cuerpos de Seguridad que, hasta la fecha, se han demostrado ejemplares. El sábado la manifestación de Barcelona debe ser el punto de partida de un nuevo pacto antiterrorista que debiera extenderse más allá de nuestras fronteras. Europa ha de dar una respuesta unitaria al terrorismo analizando sus propias relaciones internacionales con los países islámicos. Es el único camino para que el miedo no mine nuestra seguridad ni doblegue nuestra libertad.