A punto de despedir el año y antes de que suenen las campanadas el ambiente ya huele a resaca, cuando abramos la puerta al 2018 la realidad nos dará la bienvenida. El tiempo vuela pero la realidad jamás salió corriendo, tratamos de olvidarla entre los vinos espumosos pero ella nos sonríe socarronamente desde la espera.
Pasaron las elecciones catalanas, cayeron los millones de euros, se repartieron las pedreas, nos comimos los langostinos y en Cataluña los canelones partidos en dos, dos mitades que se alejan entre ellas tanto como de nosotros. Dicen algunos que hemos vuelto a la casilla de salida, pero no, la realidad es que nada sigue igual. La gente está agotada, independentistas o unionistas, ya que al hacer balance del año todos han comprobado que en el camino han perdido a gran parte de sus amigos y con ellos la tranquilidad de compartir los pocos buenos momentos que nos regala la vida. Esto es lo que tienen las trincheras, aunque sean dialécticas, que el enemigo siempre tira a dar en el orgullo ajeno y cuesta reponerse de las lanzadas.
Es difícil aventurar qué va a ocurrir, nadie lo sabe, ni siquiera quienes han tejido por activa o por pasiva esta red de desencuentros. Creo que muchos pagarían por volver al pasado pero del pasado solo quedan los errores y nunca vienen con manual de instrucciones. Tampoco veo a nadie con voluntad de bajarse del burro para poder hablar sin hacer teatro. Las consecuencias letales de todo lo ocurrido van a ser palpables social y económicamente a partir de ahora. Los independentistas vuelven a sumar mayoría de escaños, aunque no de votos, pero ya saben que empecinarse no lleva a ninguna parte, eso ya está visto y comprobado. Esquerra, la CUP y los herederos de Convergencia no tienen otra causa en común que el sueño de la independencia y la lucha contra el ficticio estado opresor.
El cuento es muy viejo pero es como los cuentos antiguos, que da gusto escucharlos aunque uno se los sepa de memoria. Lo que ocurre es que además de soñar hay que comer, hay que vivir y hay que convivir, ese es el problema. La declaración unilateral de independencia no ha traído el paraíso, porque no ha sido reconocida por nadie. Era mentira desde el principio y los cuentacuentos lo sabían. Los secesionistas están fortalecidos en su fe y no han juzgado a Puigdemont, Junqueras y Forcadell por el fracaso ni por las mentiras sino por la esperanza que aun mantienen viva. Habrá que esperar a ver con qué grado de eficacia gestionan ahora el “éxito” que proclaman. La suma de sus éxitos parciales no deja de estar teñida de amargura porque el triunfo de Ciudadanos, claro ganador de las elecciones, no les ha llenado de alegría porque saben que entre sus votantes también ha prendido otra esperanza, ya que en torno a ellos se ha posicionado mayoritariamente otra sensibilidad que no se sentía representada. El resto deberá reflexionar sobre la redefinición de su discurso y de su espacio electoral. El último de la fila, el PP no va a poder digerir fácilmente el descalabro sobre todo porque en tantos años de gobierno no ha sido capaz de ofrecer nada más allá de la invocación al cumplimiento de la ley.
Por cierto, es buen momento para hacer un poco de pedagogía democrática básica a unos y a otros. Ni a las causas judiciales abiertas por vulnerar la Constitución y el Estatut contra los independentistas ni a las instruidas por corrupción contra numerosos dirigentes del PP les dan carpetazo los resultados electorales. Seamos serios, o respetamos la división de poderes o luchamos porque la independencia judicial sea efectiva o la democracia habrá muerto de verdad y entonces si regresará la dictadura, la del ganador. No nos destruyamos como siempre en este país, ¡convivamos! No se sabe que va a pasar pero si nadie se baja del burro, el burro se cansará. Cuando suenen las doce campanadas queridos lectores, procuren disfrutar. Tarde o temprano ello parará.
Nota: Queridos lectores gracias por leerme. De todo corazón os deseo un buen año y que ¡la fuerza os acompañe! La vida ya la iremos afrontando como venga. Buen 2018