Las mentiras suelen proporcionar triunfos efímeros y es que los engaños son como las bombas, que al final explotan en el momento más inoportuno para el embustero. Esto le ha ocurrido al PP y de ahí nace su desconcierto. La ristra de mentiras acumuladas ha terminado actuando como las bombas de racimo. Lanzada la bomba madre las sucesivas explosiones tienen ahora un área de impacto cada vez mayor.
Los dirigentes del PP llevaban tanto tiempo invertido en simulaciones que se convirtieron en catedráticos en el oficio de mentir, un título que no necesita convalidación académica sino caradura y voluntad de persistir en la argucia. Alzaron su poder sobre un barrizal hasta que su propio fango los ha engullido. Es natural que estén desconcertados, el problema de los mentirosos es que terminan por creerse sus propios embustes y creen que el resto del mundo no advierte el engaño. Llevaba razón Rajoy cuando, en 2013, sostenía que el caso Gürtel era una conjura contra ellos de las fuerzas del mal y entonces lanzó una de sus famosas frases que algún día aparecerán subrayadas en los libros de historia: -Todo es absolutamente falso, salvo alguna cosa.
Efectivamente todo era una farsa. Falsa era su contabilidad, falsas muchas de sus promesas, falsas las amnistías (llamadas regularizaciones fiscales), falsos los títulos de muchos de sus dirigentes, falso que la corrupción organizada no existiera, falso que los corruptos eran casos aislados (Zaplana, Matas, Rato, Ana Mato, el marido de Mato, Bárcenas, Camps, Carlos Fabra, Alfonso Rus, Granados, González,…). Lo único cierto del balance son los recortes sociales que hemos padecido, el incremento de la desigualdad y la pobreza, y el retroceso en derechos y libertades.
Están en el PP estupefactos, todavía no han comprendido que la caída de Rajoy es el resultado del desbordamiento del hartazgo generalizado que habían producido con su resistencia a asumir la verdad de sus propias mentiras. Rajoy los ha dejado huérfanos de liderazgo, él amalgamaba las diferentes corrientes y ambiciones, no tanto por su capacidad de liderazgo sino porque detentar el poder une y acalla diferencias internas. Su precipitado adiós ha desencadenado una guerra a la que el PP no está acostumbrado. Al líder se le señalaba y se le aceptaba, ahora lo van a elegir. El miedo a las primarias abiertas les hizo optar por un procedimiento que hoy demuestra ser una trampa para su propia credibilidad. Es normal que sus militantes y sus votantes, más los segundos que los primeros, estén desorientados porque la sucesión ha alumbrado nuevas falsedades.
La primera era evidente, el PP no es un partido unido, ahí están Cospedal y Santamaría para certificarlo. El portazo de Alberto Núñez Feijoo ha dejado a la organización abierta en canal y eso produce un vértigo inédito que tendrán que administrar. El segundo fraude que ha aflorado es que el PP tampoco es el partido fuerte que predicaban. Resulta que lo del partido más grande de España, 860.000 afiliados, también es mentira. Sólo 65.000 se han inscrito para votar y de ellos una mayoría son los propios cargos orgánicos y públicos que tienen en la actualidad. Pueden decir lo que quieran pero esta contabilidad es la guinda de un pastel inmenso que sin sacarlo del horno ya huele a fracaso. No sabemos quién sucederá a Rajoy pero, sea quien sea, nace lastrado por la escasez de votantes, la carencia de debate ideológico y por la ausencia de autocrítica de sus errores. Sin olvidar los sucesivos agravios a los ciudadanos que, como muestra de su actitud, fueron resumidos por Andrea Fabra en 2012 y por la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro hace un mes, dirigiéndose a los parados y pensionistas, con un demoledor: -¡Qué se jodan!
Ya lo dijo Rajoy, todo era falso, salvo alguna cosa.