Tarde o temprano llega el calor, aunque cierto es que en política siempre es verano. En agosto, el viento dominante es de componente electoral y esos aires siempre han traído ardores a las formaciones políticas. Hubo un tiempo, no lejano, en el que parecía que en España moría una etapa vieja, resignada a la inercia de la Transición política y nacía otra que prometía revolucionar nuestro universo político. El aire fresco que nos vendieron era de componente renovador, transformaría el modo de hacer política y prometía resultados milagrosos. Hoy constatamos con un toque de frustración evidente que no hay nada nuevo bajo el sol; calor y demagogia viajan de la mano.
Además si abandonamos tanto los prejuicios como los apriorismos y miramos la realidad política nacional, podremos concluir que estamos en un terreno de discusiones ideológicas similar al que hemos estado siempre. Entre otras cosas porque la política es también una forma de entender la vida. Es cierto que hoy en España hay más partidos y por lo tanto la representación popular está más fragmentada, esto sí es nuevo y todavía es pronto para aventurar si es mejor o peor pero, indudablemente, es un cambio en el panorama político. Sin embargo, las controversias ideológicas se siguen moviendo en el eje izquierda-derecha. En este terreno la novedad es menor, ya que el centro, siempre etéreo, bascula hacia ambos lados según soplan los vientos dominantes.
En el campo de la izquierda española, la división ha sido constante. En la actualidad también. Podemos quiso, de forma voluntarista, superar esa dicotomía y situarse en el territorio «de la gente», pero la gente no es un ente homogéneo sino variado y cambiante. Es evidente que tanto el PSOE como Podemos aspiran a consolidar el voto de una parte del electorado que se considera de izquierdas porque eso supone un suelo electoral importante sobre el que poder crecer. Hay por tanto una parte en la que ambas izquierdas se tocan y otra en la que divergen. Cuantificarlo es difícil. La llegada de Sánchez al gobierno, con el apoyo de Podemos, no trastoca el eje de la discusión, pero puede favorecer al PSOE. Por esta razón, Iglesias-Podemos está tratando de diferenciarse ocupando el territorio de la calle. La huelga del taxi, que ha paralizado las grandes ciudades en un conflicto sin precedentes, es un buen ejemplo. Veremos quien puede más en este combate por seducir a la izquierda de siempre.
La novedad, nadie puede negarlo, se ha producido en el territorio de la derecha. El PP y Ciudadanos compiten por ese espacio con más claridad de lo que parecía hace unos meses cuando Albert Rivera simulaba haber ocupado el centro político. Hoy está claro que no es así, palabras y hechos lo desmienten. Por su parte, el nuevo líder del PP tiene prisa por cubrir con un velo la crudeza del pasado corrupto de su partido y para ello no hay nada mejor que recurrir al territorio de las emociones. Por eso la elección de los temas ha sido fácil: inmigración y unidad de España. Ambos mensajes van dirigidos al territorio más visceral de nuestras desazones aunque no olvidemos, como señalaba Ortega y Gasset en 1914, “una misma palabra pronunciada por unos o por otros significa cosas distintas, porque va, por decirlo así, transida de emociones antagónicas”.
El caso es que ambos líderes, Rivera y Casado, como un par de gemelos, se han presentado Ceuta tratando de competir en la rotundidad de los mensajes como si el problema migratorio hubiera surgido ese mismo día. Para ello no han ahorrado ni obviedades ni, en el caso de Casado, tampoco mentiras. Ni vienen millones, ni hay papeles para todos, ni el problema es solo de España. Allí donde aparece Rivera, llega después Casado a predicar el apocalipsis que ha traído Pedro Sánchez. Exagerar los problemas no ayuda a erradicarlos pero consigue votos y aplausos por eso los gemelos están de gira, como las orquestas del verano. La demagogia es la canción del verano. Nada nuevo bajo el sol, está visto y comprobado.