Los discursos son iguales, el nacionalismo extremo, el antieuropeismo y el relato anti-inmigración alimenta a la serpiente, aquella que en los años treinta del pasado siglo condujo al ascenso del nazismo. El discurso es sencillo y comprensible: nos invaden, nos quitan el trabajo, las subvenciones, tienen más hijos que nosotros, pronto serán más…
La vida es más impactante que el cine e indudablemente más cruel y dolorosa. Nos hemos acostumbrado a procesar imágenes hasta confundir la realidad con la ficción y al revés. Hace tres años, el 2 de septiembre de 2015, una imagen dio la vuelta al mundo: un niño sirio vestido con una camiseta roja y un pantalón corto de color azul yacía ahogado, como dormido, en una playa de Bodrum (Turquía). Era Aylan Kurdi, hoy sabemos que se llamaba Alan y que no tenía tres años sino dos. La crudeza de la imagen conmovió corazones y golpeó conciencias, abrió informativos, inundó las redes sociales y luego se olvidó. Hoy ya no recordamos sin Alan existió. Su tía, Tima Kurdi nunca lo olvidará. Desde Vancouver (Canadá), acaba de escribir un libro en el que cuenta el impacto que le produjo reconocer a su sobrino yacente con la ropa que ella le había regalado. Confiesa que cargará toda su vida con su muerte, la de su cuñada y la de dos sobrinos más, pues fue ella quien les envió los 5.000 dólares que necesitaban para el viaje en patera. La familia de su hermano no quería abandonar Siria pero la guerra los empujó, después de muchas desgracias, a intentar llegar a Grecia. Denuncia las malintencionadas informaciones y lamenta que tres años después nada haya cambiado.
Yo creo que muchas cosas han cambiado en este tiempo, al menos en Europa. La experiencia demuestra que un problema que no se afronta desde el principio es un problema que se enquista, deteriora y acaba produciendo desastres imprevisibles. La incapacidad de la Unión Europea para abordar conjuntamente el problema humanitario que supone la llegada de víctimas de las guerras, la confusión entre inmigrantes económicos, refugiados, exiliados, mafias y víctimas está complicando un problema ya difícil en sí mismo. Al no adoptar medidas compartidas ante una crisis humanitaria y de emergencia se está incubando de nuevo en Europa el huevo de la serpiente. Este verano en España se está alentando el germen de la xenofobia con intereses electorales. La frase del verano es “nos invaden”. En Italia el ultra Salvini está avisando el incendio del racismo. En Suecia, la ultraderecha xenófoba puede convertirse en fuerza de gobierno. En Hungría, Viktor Orbán, se sostiene gracias al discurso anti-inmigración y recortando libertades.
En Alemania, en los últimos días de agosto las manifestaciones neonazis han incendiado las calles de Chemnitz (Sajonia) alentados por la formación de origen euroescéptico, Alternativa para Alemania (AfD) y por Patriotas Europeos contra la islamización de Occidente (PEGIDA). Los añorantes del nazismo se han paseado brazo en alto y persiguiendo inmigrantes, tras un lamentable suceso en el que había muerto un alemán de origen cubano a manos, presuntamente, de dos refugiados ya detenidos. En EEUU, un personaje como Trump sustenta un discurso semejante aplaudido por supremacistas blancos que se manifiestan anualmente tras los sucesos de Charlottesville. No es casualidad no son hechos aislados, son movimientos organizados.
Los discursos son iguales, el nacionalismo extremo, el antieuropeismo y el relato anti-inmigración alimenta a la serpiente, aquella que en los años treinta del pasado siglo condujo al ascenso del nazismo. El discurso es sencillo y comprensible: nos invaden, nos quitan el trabajo, las subvenciones, tienen más hijos que nosotros, pronto serán más… Así comenzó la catástrofe. No hay que exagerar pero si hay que prevenir. La Unión Europea no afrontando la inmigración y las causas que la producen como un problema común, mirando para otro lado, está poniendo en riesgo su propio futuro. Todos estos movimientos son antieuropeos y si por falta de resolución, si por exceso de burocracia y ausencia de voluntad política no se afronta antes de que un nuevo deterioro de la economía se produzca, las consecuencias pueden ser imprevisibles. Tres años después de la muerte de Alan, tres años más de guerra y tres años más de muertes en el mar, las cosas están peor porque no hemos hecho nada.