Dimitir sigue siendo un verbo difícil de conjugar en España, pero ya hay quien ha comenzado a practicarlo aunque sea forzado por las circunstancia, porque también existe el verbo cesar y la experiencia demuestra que es mejor irse al menos un minuto antes de que te echen, como le pasó a Cifuentes.
Dimitir sigue siendo un verbo difícil de conjugar en España, pero ya hay quien ha comenzado a practicarlo aunque sea forzado por las circunstancia, porque también existe el verbo cesar y la experiencia demuestra que es mejor irse al menos un minuto antes de que te echen, como le pasó a Cifuentes.
No puede negarse que la dimisión resulta una práctica muy higiénica y necesaria si queremos mejorar la calidad de nuestra democracia damnificada por años de impunidad y abusos. La ciudadanía llevaba demasiados años tragando ruedas de molinos, mentiras evidentes y saqueos variados por eso se ha vuelto exigente. Ya era hora. Ocurre que tenemos la sensibilidad a flor de piel y ocurre que el número de quienes cuestionan la inmoralidad política ha crecido. A los siempre pensamos que cualquier comportamiento éticamente reprobable, por pequeño que pareciera, era causa de dimisión se han unido quienes, tras perdonar durante años las tropelías, han decidido volverse intransigentes. Así es la vida. Se ha abierto la puerta a un nuevo tiempo y ahora quienes jamás fueron a clase tienen que aprender de los golpes que da la vida, que siempre es la mejor maestra.
Que Carmen Montón, la ministra de Sanidad, tenía que dimitir se veía desde el principio y la inicial resistencia no ha hecho sino complicar las cosas al gobierno de Sánchez y a ella misma. No obstante, su dimisión marca el camino a otros. Una de las razones que justificaron la presentación de la moción de censura, tras la sentencia del caso Gürtel, fue la de elevar el listón moral y ético del ejercicio de la política. No has de pedir a otro lo que tú no eres capaz de dar. Si alzas el nivel de exigencia no te puedes quedar por debajo porque el discurso no resulta creíble y pierdes la confianza de unos ciudadanos que ya están hartos con lo que llevan aguantando tras diez años de crisis económica, política y ética.
Carmen Montón ha hecho lo correcto. Ha dimitido sin estar investigada por el Tribunal Supremo pero Casado fue elegido secretario general del PP llevando en la mochila la investigación judicial. Ambos han dado argumentos muy semejantes. El quiz de la cuestión es que los regalos no es obligatorio aceptarlos y menos si llevan implícitos un trato de favor que discrimina negativamente al resto de alumnos a los que no se les dio la oportunidad de obtener un título oficial haciendo nada o muy poco. Resulta pintoresca esta afición por embellecer el currículum, por aparentar el prestigio profesional del que se carece o por simular ser especialista en alguna disciplina del saber.
Por los resultados obtenidos parece que la tómbola de másteres VIP de la Universidad Rey Juan Carlos está siendo más letal que las bombas de destrucción masiva, porque está hundiendo el prestigio de esa universidad y de toda la Universidad española. La Rey Juan Carlos ya tuvo a un rector experto en plagios, Fernando Suárez, y nadie dijo nada. Si hay corporativismo en la clase política también existe en la Universidad. Hay que reclamar que se cierren las tómbolas y que cesen los apaños. Algunas familias han pedido créditos para financiar másteres de sus hijos, otros han compatibilizado trabajos con la asistencia a clases y ahora resulta que es mejor decir que tienes un gato que un máster de la universidad Rey Juan Carlos. Una locura y una vergüenza.
Mientras, en el PP siguen instalados en su propia ceguera, no entienden que las cosas están cambiando. Pablo Casado se ha encastillado en pobres argumentos y como no tiene costumbre de ir por clase sigue sin aprender la lección. La ley de la gravedad existe y si caes de muy arriba la bofetada siempre es mayor. Preparen vendas.