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Entre visillos

No es tiempo de negar

La relatividad del tiempo ya fue probada por Einstein, aunque todavía nadie ha demostrado cuál es la dimensión que el tiempo tiene para la Iglesia católica ya que depende del asunto que evalúen las jerarquías. Si se trata de juzgar a las mujeres, a los homosexuales sin hábito o la libertad de pensamiento sus sentencias se emiten a la velocidad de la luz. Si se trata de reconocer los pecados del clero, según su terminología, o los delitos, según las leyes civiles, las sentencias se resuelven en la proximidad del infinito. Dios es el juez supremo que los juzgará en otra vida y los tribunales civiles no acaban de alcanzarles porque el encubrimiento y la ocultación impiden hacerlo antes de que prescriban los delitos cometidos.

Es conocido que Galileo Galilei bajó la cabeza ante la Inquisición para intentar salvarla, pero la perdió. La Iglesia tardó 359 años, 4 meses y 9 días en reconocer la injusta sentencia contra él por haber afirmado que la tierra gira alrededor del sol. La Iglesia católica actual no puede permitirse hoy una dilación ilimitada en el reconocimiento y la asunción de responsabilidades respecto a los abusos y violaciones que han tenido lugar en su seno en los últimos decenios en prácticamente todos los países del mundo. Es tarde incluso para pedir perdón.

Cuando escribo estas líneas da comienzo una cumbre en el Vaticano para tratar un problema repugnante que ha permanecido oculto y que ha degradado la credibilidad de una institución que predica estrictos principios morales a los demás pero que es laxa en el cumplimiento interno de los mismos. El papa Francisco ha convocado una cumbre histórica y si quiere que sea útil tendrá que concluir con algo más que buenas palabras hacia las víctimas que han sufrido largos calvarios personales que han marcado sus vidas, sus comportamientos íntimos, arruinado familias y destrozado personas.

Algunos, a regañadientes, se han visto obligados a confesar: “Inclinamos nuestras cabezas con vergüenza al darnos cuenta de que este abuso ha tenido lugar en nuestra Iglesia. Hemos aprendido que quienes abusan ocultan deliberadamente sus acciones y son manipuladores”. Vale, han inclinado la cabeza y no pedimos que se la corten como a Galileo, pero sí esperamos junto a las víctimas que además de aparentar arrepentimiento hagan algo más ejemplar que ocultar su hipocresía. La Iglesia lleva mucho tiempo sin abordar una realidad tan evidente como negada. El papa Francisco que ha dado un paso decisivo no puede andarse con paños calientes porque este cáncer tiene tantas metástasis que puede devorar a la institución si no se ataja de raíz.

Estos días Doris Wagner, una joven teóloga alemana, que durante ocho años perteneció a la vida religiosa, ha denunciado que fue violada por un cura en 2008 y que, sus superiores al saberlo no hicieron nada. No es la única, explica “me faltan las palabras para expresar el horror que siento al hablar del abuso sexual de las monjas, que hacen voto de castidad porque quieren dedicar sus vidas a Cristo y a su Iglesia, pero que se ven atrapadas en una realidad en la que son explotadas sexualmente por hombres a los que tienen que llamar «padre»”. El testimonio sobrecoge, al igual que el análisis de que son el celibato y la homosexualidad, sobre todo entre los sacerdotes, un problema que de no abordarse envenenará a la Iglesia. Estos días el escritor Frédéric Martel, autor del libro Sodoma, explica que la homosexualidad es omnipresente en la Iglesia católica y ayuda a entender desde la caída de vocaciones hasta el encubrimiento de abusos a menores o las campañas contra el propio papa Francisco a quien no perdonan que en octubre de 2016 afirmara que “detrás de la rigidez, siempre hay algo escondido; en numerosos casos, una doble vida”. Algunos jerarcas se sintieron aludidos. “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, dice el apóstol Juan. Espero que el papa Francisco, ejerciendo la humildad que predica su Iglesia, cuente al mundo la verdad en toda su crudeza. No es tiempo de negar.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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