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Fátima

A Fátima la engañó aquella mujer que prometió llevarla con su madre y comprarle un helado. Recorrió confiada las calles tortuosas, sucias y estrechas de El Cerro. Cuando llegaron a aquella casa sintió que la puerta era del color del miedo. Al entrar, aquella mujer cambió su tono de voz y la empujó contra un somier sucio. – Aquí la tenéis. Entonces, los vio a todos y vio que la miraban hambrientos. El cuerpo todo se le llenó de pánico. Le traspasó ese temor que su madre le había advertido, el que se siente cuando los hombres malos quieren tener lo que tú tienes. Llegaron las lágrimas, llegó la angustia, llegó el dolor, estremeció. Mientras gritaba llegó el horror y, sin saber qué era, llegó la muerte. Fátima cumplió 7 años y ni uno más cumplirá. Fátima, vestida de inocencia, fue torturada, violada, asesinada y de nuevo ultrajada. Envuelta en desprecio la tiraron a la escombrera. Es lo que ella era para sus asesinos, solo basura. Ya se sabe que la pobreza entraña riesgos añadidos para sobrevivir, porque vivir en ella es una quimera. La desgracia es un imán para la pobreza. Lo que Fátima sintió no podremos conocerlo jamás en toda su crudeza. Describir el horror o imaginarlo no es como vivirlo, aunque nos duela.

La crueldad existe, la violencia hace que el hombre desprovisto de principios se sienta fuerte en su propia miseria moral. La criminalidad es el pan nuestro de cada día en México, donde el estado ha demostrado su incapacidad para poner coto a los 90 asesinatos diarios, a los 1.006 feminicidios de 2019 y al imperio del narco. La violencia no puede normalizarse, hacerlo ratifica el fracaso. Dicen las autoridades que detendrán a los culpables, vano consuelo en un país en el que 8 de cada 10 delitos quedan impunes. En Ciudad de México hay abundante legislación, pero como denuncian las asociaciones de mujeres: “Somos el país de los derechos de papel”. Al día siguiente de la implantación de un paquete de medidas urgentes contra la violencia, una mujer llegó a la fiscalía para denunciar amenazas y acabó siendo violada por un policía.

Dice el presidente López Obrador que a Fátima la mató la ideología neoliberal, una simpleza que no alivia a su familia e indigna a una sociedad asustada que reclama algo más que palabras. Los asesinatos de mujeres que se comenten en Ciudad de México ha crecido un 35% en el último año y son cada día más escabrosos, como si los autores se deleitaran en la crueldad. El mal tiene muchos admiradores silenciosos y la impunidad los alimenta. López Obrador no puede eludir su responsabilidad con frases huecas. No hay mayor corrupción de un estado que banalizar la violencia que lo destruye y rendirse a ella sin atajar sus causas sociales y morales. Mirar para otro lado no es enfrentar la enfermedad, es alimentar la metástasis.

María Antonia San Felipe

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