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La peste

Escribe Albert Camus, en La peste, que si algo se aprende en medio de las plagas es que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio. Lleva razón el Nobel. En esta epidemia hemos podido constatar que hay un abismo entre quienes hacen lo que tienen que hacer y quienes aparentan ser héroes sin hacer ni siquiera lo que les compete. Muchos han hecho cosas admirables por sus semejantes con riesgo de sus propias vidas, pero son infinidad quienes, aprovechando la desesperanza, han visto una oportunidad para promover disputas y enfrentamientos, cada dato positivo les producía un disgusto. Son más los comportamientos encomiables, pero los contrarios hacen tanto ruido que tapan el silencio y el respeto a las tragedias humanas que estamos viviendo.

No hablo solo de España que en algarabías banales es líder mundial. Nuestras señas de identidad se resumen en dos. Primera y fundamental: siempre hay un culpable a quien señalar con el dedo que jamás de los jamases se llama Yo, sino que siempre se llama Otro. Y luego está la bronca, que no ha cesado ni un minuto. Por confinarnos y por desconfinarnos, por hacer tarde lo primero y por querer hacer rápidamente lo segundo, por la salud y por la economía. Siempre a la contra, jamás en positivo, a gritos y sin alternativas. Si es evidente que todos han cometido errores supérenlos juntos que esto es serio, es nuestro futuro el que se juegan.

He mirado al mundo por si hay sitios peores. Veo a Bolsonaro en Brasil que ante el aumento de contagios y muertos dijo ufano: “Lo lamento, pero ¿qué quieren que haga?”. Pues reírse contando que va a hacer una barbacoa para treinta amigos y sublevar a la población contra los alcaldes y gobernadores que luchan contra la enfermedad. Ahí tenemos a Putin que apareció de salvador del mundo y al primer contratiempo desapareció de los focos mientras los subalternos pelean con la indignación. A Boris Johnson, para su desgracia, fue el propio virus el que le bajó los humos. La guinda del pastel siempre se llama Trump que ‘reflexionó’ que “si el desinfectante mata al virus en un minuto, ¡en un minuto!, igual hay una manera de inyectarlo en el interior, casi como una limpieza”. Mudo mucho mejor. Por supuesto, este Napoleón no se ofreció para el experimento pero sí a insultar a quienes tratan de frenar la pandemia. No sé qué hubiera pasado en España si alguien propone tales remedios a la población.

¡Oh, cielos!, disculpen, no sería justo excluir del podio a la presidenta de Madrid. Fotografiada como una Virgen de Murillo pretende bendecir su errática gestión, tan venerada por Jesús (Casado) y sus apóstoles. Auguro que ella será para nosotros tan inolvidable como la pandemia. La historia y no la histeria de estos días pondrá a cada uno en el pedestal que merezca.

María Antonia San Felipe

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