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Pinky y Cerebro

En ocasiones creo que este país es como una caricatura distorsionada de Pinky y Cerebro, aquellos dos ratones de laboratorio de los años 90 del siglo pasado. Día tras día, Pinky preguntaba: -Cerebro, ¿qué vamos a hacer esta noche?, a lo que Cerebro, inalterable, siempre respondía: -Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinky, ¡tratar de conquistar al mundo! Ni que decir tiene que sus planes siempre salían del revés, vamos que, como los nuestros.

Nosotros como Pinky somos confiados y algo indolentes. Cerebro es como la élite dirigente que solo sueña con conquistar el poder y la gloria en esta hoguera de vanidades en la que queman su credibilidad mientras nos demuestran que cuanto concierne a la ciudadanía les importa un bledo. Puede ser injusto pero así se percibe hoy la política española regida por normas de una simpleza infinita: los otros lo hacen todo muy mal y nosotros haríamos todo muy bien, algo que como es indemostrable solo reconforta a los crédulos. En resumen los ratones Cerebro pasan de los roedores Pinky y los Pinky están hasta el moño. La bronca que han montado no oculta las bofetadas que nos da la realidad en esta larga peste que está destrozando muchas vidas. No hay manera de construir nada juntos. Cada día irrita más la mediocridad de la política y cada día se añora más que la política sea, de nuevo, un instrumento útil que abra ventanas de esperanza. Los Cerebro pasan el día tirando pedradas al futuro creyendo debilitar al contrario en esta epidemia de tristezas.

Las pandemias vistas desde el microscopio de la historia siempre fueron tiempos de dolor sobre horizontes de desdichas. A los virus que traen la enfermedad los combate la ciencia y a los que contagian la indigencia moral los mata la dignidad. Solo contra la estupidez no hay vacuna. Hablemos de vacunas. Antes nadie quería ser el primero pero ahora eres idiota si no te saltas la cola. Compiten en el torneo políticos y obispos, militares y concejales demostrando que las pandemias afloran lo peor y lo mejor de la condición humana.

En pleno fragor para burlar la cola de la vacunación, Federico Castillo, neurólogo del hospital San Pedro de Logroño, ha contado que sus compañeros de intensivos están cansados, descompuestos y reventados. «Las camas se compran; las personas no». Ha recordado lo evidente a los que siguen ciegos. Al superar el coronavirus cree contar con «un chaleco antibalas», así que ha cedido el turno a otro y esperará. Es un pequeño gesto en este océano de deshonores pero es gigante como ejemplo. Ya solo se puede creer en la gente que no pisotea su conciencia. Gente como él y sus compañeros médicos no conquistarán la gloria pero si dignificarán la condición humana entre tanta miseria generalizada y más ahora que el inefable Bárcenas regresa para remover la ciénaga.

María Antonia San Felipe

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