En el día de de la Mujer Trabajadora quiero recordar a aquellas mujeres que contra viento y marea pelearon por nuestros derechos en condiciones muy desfavorables y vejatorias. Les debemos lo que hemos logrado aunque todavía no sea suficiente porque sigue habiendo desigualdad e injusticias. Afortunadamente muchos hombres se han unido a nuestra lucha, ese también es nuestro éxito. Así que, adelante. El 30 de septiembre de 2018 en un reportaje de La Rioja sobre mujeres alcaldesas me pidieron que contara algo de mi experiencia personal. Lo cuento de nuevo. Acompaña el texto una fotografía inaugurando el Centro de Salud de Calahorra en 1987 con Ernest Lluch, ministro de Sanidad, un hombre extraordinario que universalizó la sanidad en España y que fue asesinado por ETA en el año 2000:
En aquel tiempo, recién estrenada nuestra democracia, las mujeres de una forma instintiva, sin manual de instrucciones, fuimos abriendo senderos. Tras una larga dictadura, en la que la que habíamos quedado relegadas al último reducto en el que fueron hibernados los derechos civiles de los españoles, que hubiera alcaldesas era una novedad exótica. Que llegara a la alcaldía de Calahorra por el PSOE en 1983 fue seguramente una casualidad pero, con 26 años, pasé a ser en la estadística la más joven regidora de municipios de más de 10.000 habitantes.
En la universidad nunca sentí que nadie me tratara diferente por ser mujer, algo que sí noté cuando llegué a la alcaldía, parece una contradicción pero así fue. Que una “niñata”, así me llamaban muchos, ocupara un puesto reservado a los hombres no fue bien recibido. No se hablaba de machismo pero estaba socialmente instalado de forma exacerbada. Hasta las bromas eran dolorosas. En primer lugar, como se hace siempre con nosotras, se puso en duda mi capacidad. La campaña fue persistente y sincronizada, hija de una familia humilde, como soy, derivó en propalar que era analfabeta. Cuando el argumento se hizo insostenible se dijo que no había terminado la carrera, que no sabía de cuentas ni de urbanismo y, como puntilla argumental, que no podía dirigir la policía alguien que no había hecho ni la mili. Resumiré contándoles que los plenos se convirtieron en trincheras. Más allá de las diferencias políticas, muchos de los concejales olvidaban las formas y se expresaban con una dureza impropia del foro para que perdiera los nervios y terminara llorando. Era su forma de probar que las mujeres no teníamos “cojones” suficientes para “mandar”. Esas eran las palabras claves que predominaban en sus pobres argumentos, porque mandar y no administrar o gobernar era, como cantaba aquella increíble publicidad del coñac Soberano, cosa de hombres.
Así que la jovencita que era entonces, con el apoyo únicamente de su partido y gobernando en minoría, se conjuró para deshacer el maleficio. Como Escarlata O’hara, me dije: “-A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, se lo debo a las mujeres que lucharon y a las que seguirán haciéndolo”. Parece que lo conseguí porque después vinieron los chistes: “la alcaldesa no se pone minifalda para que no se le vean los huevos” y más tarde las canciones bajo el balcón del ayuntamiento. A la salida de los toros los peñistas coreaban: “alcaldesa, alcaldesa cuántas veces me la has puesto tiesa”. Eso sí, ya me advertían las peñas que esas cosas me las cantaban desde el cariño. Fíjense que no lo dudo, pero si entonces se necesitó paciencia y buen humor para sobrellevarlo, coincidirán conmigo en que hoy, 35 años después, la gracia sería un escándalo. Me atrevo a contar estas anécdotas porque si estas eran las bromas imaginen cómo eran las que no lo fueron. Pese a todo, las mujeres alcaldesas y las concejalas de la época no solo quisimos urbanizar y dotar de infraestructuras a nuestros municipios sino que impulsamos las redes de servicios sociales que hoy resultan imprescindibles.
El techo de cristal que se dice que hemos de romper las mujeres entonces me pareció que era de cemento, conservo todavía algunas heridas, ya leves, pero también la satisfacción de haber contribuido a cambiar muchas cosas no solo en la ciudad sino un poquito en la mentalidad. Para mí, aunque el aprendizaje político fue severo, el balance fue positivo y creo que para la ciudad también, al menos no fue la hecatombe apocalíptica que muchos predecían.
Hoy la mentalidad ha cambiado, nadie pone en duda la capacidad o el tesón de las mujeres que se dedican a la política pero se equivocan quienes creen que todo está conseguido. La frase famosa de “si una mujer es válida, siempre llega”, es mentira. En muchas ocasiones la mujer, igual de preparada o más que su compañero, corre hacia la meta y observa que la línea es como el horizonte, que cuando crees que vas a tocarlo, se aleja y siempre hay un hombre que te sonríe un metro antes de que lo alcances.