¿Por qué?
Han matado a un niño de nueve años. Alex murió de la forma más siniestra en la que se hace presente la muerte: asesinado. Es el modo más cruel de alcanzar ese final prematuro para él y amargo para los suyos. Es imposible describir el ingente dolor que crece alrededor de esa conmoción. Un niño, un inocente ha sido asesinado. Tras el impacto y la incredulidad se esconde la terrible pregunta: ¿por qué? Una vida truncada, una familia destrozada y un por qué flotando como una nube negra descargando una terrible tormenta dentro de la cabeza de sus padres y de sus seres queridos.
Tras ese ‘por qué’ buscando razones viene la impotencia de no entender cómo ha podido ocurrir, así nace otro “por qué”. Nadie sabe qué ocurre dentro de las cabezas de esas personas que entre la bondad y la maldad siempre optan por lo perverso. Hay una decisión planificada y fría, una intencionalidad de provocar el sufrimiento ajeno, de matar para satisfacer un instinto. La mente es un universo desconocido que nos niega las respuestas. Nuestra desdicha nace de la incógnita que hace crecer un infinito de amargura, eso es lo que devora por dentro a la familia de Alex y a quienes la acompañamos en el duelo.
Solo sabemos quién lo ha hecho (presuntamente). El resto no alcanzamos a comprenderlo porque matar es algo que no entra en la cabeza siendo la vida lo único que tenemos. Este hombre ya había matado. Francisco José Almeida había planificado su acción criminal. Había rumiado el asesinato con la frialdad de un cirujano cuando abre un cuerpo para sanarlo. Almeida utilizó igual precisión para matar a María del Carmen López. Sobre su cuerpo clavó diecisiete puñaladas, una detrás de otra y la última en el corazón. Tras haberla violado, fue tan salvajemente agredida que el juez optó por las penas más altas por ‘la especial crueldad’ de los delitos de asesinato con alevosía y agresión sexual. Pero, tiempo atrás, ya había abusado sexualmente de una niña. Es todo tan obsceno que el tiempo acumula los ‘por qué’.
Tampoco hay respuestas para el asesinato, en abril, de Isam Haddour, agredido brutalmente por 6 jóvenes de entre 14 y 25 años, dos de ellos menores de un centro tutelado. Lo asaltaron en el parque del Ebro para robarle la bicicleta con la que iba al trabajo, lo dejaron medio muerto y, por si había dudas, volvieron para rematar la faena. Murió tras una larga agonía. Su familia sigue preguntándose por qué lo mataron. Isam está muerto, su familia sigue sin respuestas igual que la de Alex. Por qué y por qué a él. Hoy ya casi se nos ha olvidado.
Es terrible pero, en seis meses, hemos visto en La Rioja cómo la violencia y la maldad conviven entre nosotros. A nuestro lado pasean seres despojados de humanidad que actúan como monstruos y solo cuando matan nos preguntamos asombrados por qué.