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Hay tantas tragedias vitales a nuestro alrededor y vivimos a tal velocidad que pronto se nos olvidan si no ponemos rostro a la desgracia. La noticia sobre la anciana de 83 años que se ha suicidado en Zaragoza, sin recibir respuesta a su solicitud para acogerse a la ley de eutanasia, me ha tocado el alma. Es descorazonador imaginar la angustia de esta mujer a la que el dolor ya no le cabía dentro. ¿Qué hacer cuando la vida es solo tormento? Cuando al dolor físico se une el psicológico, ese que te va comiendo por dentro como una termita, devorándote la cabeza hasta la desesperación, hasta querer morir para aliviarlo. Cuando el dolor ocupa el día y la noche, cuando no puedes moverte, ni salir de tu casa, cuando la vida ya no es vida, sino tortura, cuando el ánimo no admite el martirio, ni esa historia de que debes aceptar la condena con resignación. Entiendo que cuando el dolor impide vivir se pueda contemplar la muerte como esperanza liberadora, como aceptación prematura de un final anticipado desde la cuna.

La ley de eutanasia llegó como la primavera y entró en vigor en junio, para dar tiempo al sistema sanitario para organizarse. Fue como un soplo de esperanza para muchos enfermos terminales o de enfermedades degenerativas y un alivio para quienes comparten vivencias extremas de sus seres queridos. El derecho a la muerte digna es algo compartido mayoritariamente por la mayoría social de este país. Por eso no entiendo lo que ha ocurrido con Emilia. Hace cuatro meses solicitó, a través de su hija, acogerse a la ley de eutanasia. No pudo soportar no recibir respuesta. Entiendo el derecho que asiste a los médicos a la objeción de conciencia pero no comprendo que siendo también la eutanasia un supuesto contemplado en nuestra legislación la hayan dejado desasistida. Han vulnerado los derechos de Emilia como si pasando el tiempo fuera a cambiar una decisión tomada reflexivamente. Emilia fue abandonada, el sistema permitió lo que nunca debió ocurrir. Un funcionario público se debe a su conciencia pero no puede ofender la dignidad del paciente. 

No puedo dejar de imaginar a Emilia reviviendo una amargura infinita sin alcanzar la salida digna que esperaba, solo le dejaron un camino que tuvo que recorrer sola. Reuniendo sus últimas fuerzas, abandonando su cama, arrastrándose hacia la ventana y saltando al vacío rogó a los cielos que el impacto la liberara para siempre del dolor y de la angustia.

La tragedia de las historias pequeñas no forma parte de la historia ni de la prensa pero tejen la realidad. Emilia solo quería vivir sin dolor pero al ser imposible optó, porque el sistema le dio la espalda, por entregarse a la muerte. Como escribe, Steven Johnson, “nos guste o no, el camino que permite a la gente corriente hacerse un hueco en la historia es la muerte”.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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