Lo habían abandonado, pero le aplaudieron cínicamente antes de venderlo. El aplauso ocultó los gritos de las conciencias. Solo tres diputados le siguieron cariacontecidos, la crueldad del espectáculo no era para menos. Pablo Casado ha recibido la lección más dura de su vida. Quienes ayer lo aclamaban hoy le dan la espalda para preservar sus particulares ambiciones. Los principios siempre sucumbieron ante las intrigas por obtener el poder, por pequeño que éste sea. Es la corrupción moral. Que la política puede ser obscena y cruel en grado superlativo se ha demostrado una vez más a los ciudadanos perplejos.
La estrafalaria historia tipo Torrente de los espías de pacotilla ha derivado en tragedia en cuestión de días. La habilidad de la supuestamente espiada es innegable a la vista del resultado. En cuanto Ayuso fue consciente del amago de espionaje atacó de frente con toda la caballería y los descolocó al primer puñetazo. Se hizo la víctima y si favoreció o no a su hermano con contratos de su gobierno pasó a segundo plano ante la zafiedad de un plan carente de pruebas. Cuando se apuesta fuerte hay que llevar cartas para aceptar el órdago. Casado, que lleva en política desde que le salieron los dientes, debiera saber que liderazgos como el de Ayuso es mejor cuidarlos que enfrentarlos. Si los victimizas, como ha hecho creer la señalada por las acusaciones de corrupción, los refuerzas de cara a sus electores que pueden verte con recelo y manifestarse en tus propias narices llamándote cobarde. Cuando la ambición política es muy superior a la solvencia intelectual las imprudencias pueden quemarte.
Casado ha ignorado algo tan viejo como el mundo, que las lealtades en política son volátiles y huyen en cuanto huelen que el poder de repartir los cargos va a cambiar de manos. Se dice que la política es un oficio noble pero algunos, seguro que no todos pero sí muchos, creen que la política solo es un inmenso pesebre. El bien del partido o el bien de España suenan a hueco cuando la guerra por los asientos ha comenzado, solo hay que acertar al elegir el bando. Y es que el poder es un potente alucinógeno y Casado, ensimismado, no era consciente de la debilidad de su liderazgo. A la larga lista de errores que ha cometido hay que añadir el principal: ignorar que una cosa es que te llamen líder y otra, serlo realmente. Seguramente Casado, está estupefacto ante su propio y acelerado hundimiento. En política hay otra verdad evidente y es que desde lo más alto se puede caer de bruces sobre la nada en menos que canta un gallo. Queda la última verdad. Dentro de un mes Casado será olvidado aunque prosiga el espectáculo. Me quedo meditando en lo que escribe Jorge Wagensberg: “El poder es el poder de hacer sufrir y la corrupción es la manera de lograrlo sin dejar de sonreír”.