Con una sonrisa de oreja a oreja, Boris Johnson ha espetado a sus señorías del parlamento británico: “-Hasta la vista, baby”. Su ocurrencia suena a maldición o a “buitres, ahí os quedáis con el marrón”. Mi deplorable opinión sobre el primer ministro de Reino Unido no me impide reconocer lo insólito de su ingenio dialéctico. Ha puesto la guinda en la tarta por la que pelean sus propios ministros. Y es que el poder atrae como un panal de miel y repele con igual fuerza cuando se pierde. Los diputados le han reído la gracia pero no dudo de que algunos lo hayan maldecido por dejarlos al borde del abismo.
Esta ironía maliciosa de Johnson da la medida del personaje. Desvela el temperamento de alguien que nunca ha dudado en utilizar la mentira en su beneficio ni en ejercer la presidencia despreciando leyes y normas. Parecía el bufón de la Corte y, sin embargo, mirándose en el espejo de Donald Trump consiguió para los conservadores la mayor victoria desde los tiempos de Margaret Thatcher. Los votantes, seducidos por promesas imposibles, auparon a un ídolo con pies de barro. Ahora que hasta los más forofos han comprobado su inconsistencia, lo han echado porque él no se hubiera ido. Dos años ha sobrevivido a sí mismo. Los columnistas lo echaremos en falta, se va el protagonista de episodios inimaginables en un primer ministro, nos deja huérfanos de excentricidades con las que reír o sonreír de pena o de rabia.
En los ardores del verano, en una Europa inflamada en incendios reales y políticos me planteo la risa como bálsamo. Pienso en la sonrisa como terapia de grupo en una España tensa y tensada por la bronca permanente. Reivindico la risa como recurso dialéctico y tengo la sensación de que algunos discursos políticos se escriben por personajes que cuestionan los beneficios de la ironía y de la risa, desde el desprecio y la ofensa a los otros. Son como ese monje español, Jorge de Burgos, de la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, que envenenaba a quienes, con ansia de saber, osaban leer uno de los libros de la Poética de Aristóteles que trataba de la risa. El viejo monje ciego sostenía que “la risa mata el miedo” y, por tanto, la fe: “sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios”. El miedo de los tories a perder el poder hizo de Boris Johnson un dios y durante un tiempo nadie le ridiculizaba los excesos. También en España hay muchos que se creen dioses y temen que no creamos en ellos, por eso nos asustan pintando futuros negros, salvo si gobiernan ellos. Así que, cada día, anuncian un apocalipsis nuevo. El miedo borra sonrisas y esperanzas. No es un alivio que las fantasías de Johnson dieran tanta risa como miedo. El líder del brexit que mentía todo el tiempo, se ha ido igual que vino, burlándose de todos. Hasta la vista, baby. Sonrían, que es mejor.