El día de la Constitución amaneció gris. Fue de esos días propensos a las nostalgias y a las lecturas en los que apetece quedarse en casa al calor del edredón. Las noticias traían el eco de los actos institucionales del 44 aniversario de la Constitución de 1978. Volví mis ojos a la Constitución de 1812, una de las menos duraderas de nuestra historia, porque su vigencia intermitente dependió siempre de las humoradas absolutistas de ese funesto rey que fue Fernando VII. Me gusta especialmente La Pepa por la forma, casi romántica, en que se produjo su gestación en Cádiz durante la ocupación de las tropas francesas.
Así que una vez más releí ese artículo de la Constitución de 1812 por el que siento debilidad, como he confesado alguna vez en estas páginas. Es el artículo 13 que dice: «el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen». Es un texto tan voluntarista y utópico como nuestra propia esencia quijotesca. No es menos hermosa la forma en que se recoge esa idea en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776), afirmando que los hombres «creados iguales» gozan de «ciertos derechos inalienables», en concreto, «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Me gusta mucho esta idea porque los concibe como derechos individuales a cuya consecución y protección se debe contribuir en una nación.
Pensé si, en la explanada frente al Congreso, estarían sus señorías preocupadas por nuestra felicidad mientras la presidenta Meritxell Batet les recordaba, a quienes han convertido el hemiciclo en una taberna, que «el debate parlamentario es la exhibición de las mejores virtudes de la palabra» y que ésta debe utilizarse «para argumentar, no para herir. Para proponer, no para ofender».
Predicar en el desierto. Ni VOX ni el independentismo acudieron al acto, así que ninguno pudo sentirse aludido. El resto cada cual a lo suyo. Podemos y Yolanda Díaz en sus broncas internas y Ciudadanos contemplando el abismo. Feijóo, cuyo partido quebranta la carta magna negándose a renovar el órgano de gobierno de los jueces, sugirió que la Constitución está en riesgo si no gobierna el PP. Una ‘fantasía’ propia de su antecesor. Por su parte el presidente Sánchez, inoportuno, dada la fecha, se mostró abierto a modificar el delito de malversación, un camino peligroso porque el uso ilegítimo de fondos públicos es grave siempre, sea para lucro personal o para obtener beneficios políticos, que aun me parece peor.
Si el día comenzó gris terminó con tormenta. El pedrisco (un, dos, tres) descargó sobre la portería española en Qatar. Fallar todos los penaltis es casi tan imposible como conseguir la felicidad pero si no se intenta el fracaso te envuelve en su niebla.