La Navidad siempre me acerca a la niñez, cuando la inocencia te da una visión del mundo que el trascurrir del tiempo cambiará. De niña había dos cosas que me parecían mágicas, la Navidad y el circo. En la carpa repleta de prodigios me deslumbraban hazañas de trapecistas y equilibristas aunque, sobre todo, me emocionaban los payasos. Me gustaba su nariz roja, sus ojos agigantados por el maquillaje y sus zapatones. Algunos te hacían reír pero otros, de aspecto vagabundo, te movían hasta saltar lágrimas ocultas tras las carcajadas. Al ser mayor, comencé a ver los rotos en las mallas de los trapecistas y los trajes de acróbatas y payasos descoloridos por los lavados. Pues así veo ahora la Navidad, como el payaso triste al que le cuesta sonreír, aun sabiendo que las sonrisas alivian las penas mientras él las esconde tras esa boca grande que dibuja una risa inmensa.
Cómo pasar por alto estos días la preocupación por cómo se pasará la Navidad en Ucrania, con el crudo invierno encogiendo sus cuerpos, bajo la lluvia de misiles, con familiares muertos en combate y con el corazón helado preguntándose cada día ¿por qué Rusia nos ha hecho esto? ¿Qué razón, que no sea la demencia del poder autoritario, puede llevar a Putin a invadir un país hermano? No hay respuestas.
Cómo no pensar que mientras Leo Messi levantaba la copa del mundial no muy lejos de Qatar, en Irán, el régimen teocrático del ayatolá, Alí Jamenei, condenaba a muerte al futbolista de 26 años, Amir Nasr-Azadani por apoyar las movilizaciones de las mujeres iranís tras el asesinato de Mahsa Amini, por llevar el velo mal puesto. Los delitos que se le imputan, seguramente falsos, pueden llevarlo a la horca, una pena que ya sufrieron, por iguales acusaciones, Mohsen Shekari de 23 años y el luchador Majid Reza Rahnavard, ahorcado en público colgado de una grúa en Mashad.
Cómo no censurar el silencio de la FIFA que, como el tío Gilito del pato Donald, estará contando dólares tras el evento que llegó a Qatar, como antes a la Rusia de Putin, untando engranajes y comprando voluntades en el corazón del Parlamento Europeo. Cómo no pensar que tras el jolgorio quedan allí los trabajadores sin derechos y las mujeres escondidas tras las tradiciones como en Afganistán donde los talibanes, entre otros desmanes, las han echado de institutos y universidades.
Cómo olvidar que en España los prebostes del poder judicial creen ostentar un poder eterno y vitalicio riéndose de los ciudadanos y de las leyes. Cómo no echar en falta la cordura y el sosiego en la política y en la judicatura. No merecemos tener que comer mazapanes amargos de humillaciones e insultos. Que ya les vale.
La lista es larga y aunque no debemos beber tristezas en vez de cava tampoco es bueno fingir que a nuestro alrededor no pasa nada. ¡Feliz Navidad!