Abordar legislativamente la violencia contra las mujeres fue una potente reivindicación nacida de la conmoción que supuso socialmente la violación grupal de una joven por La Manada en los sanfermines. Que una ley garantizara el derecho a la libertad sexual era necesario pero lo triste es que ese clamor, que fortaleció la conciencia feminista de la sociedad en su conjunto, se haya convertido en decepción tras la aplicación de la esperada ley del “solo sí es sí”. El espíritu de la norma, que contiene aspectos tan positivos como el consentimiento expreso, ha quedado opacado por los beneficios penitenciarios obtenidos por violadores o abusadores ya condenados.
Que alguno de los miembros de La Manada de Pamplona pueda ver reducida su pena me llena de indignación. Por mucho que Irene Montero e Ione Belarra insistan en la perfección de su ley y denuncien presiones para modificarla lo cierto es que las excarcelaciones causan una gran alarma social que también es un principio inspirador del derecho que el legislador no puede olvidar. Ya escribí que empecinarse en mantener el texto e ignorar las consecuencias reales de la aplicación de la norma contiene un punto de soberbia política que la sociedad no comprende. El goteo de excarcelaciones es una bofetada al movimiento feminista.
Escucho a la portavoz parlamentaria del PP, Cuca Gamarra y siento desolación ante la pobreza argumental de quienes ocupan la parte alta de la pirámide política española. Claro que en el páramo es fácil destacar como el tuerto en el país de los ciegos. Gamarra, respecto a la ley del “solo sí es sí”, ha espetado: “Ya vale de ideología y de cálculo electoral”.
No puedo evitar sonreír ante la ligereza. Parece ser que el buen político no debe tener ideología. Debe carecer de filosofía política, de principios que defender, de ideario por el que luchar o de ética que practicar. En fin, el absurdo. Las leyes, más allá de la técnica jurídica, se inspiran en filosofía. De hecho en España algunas leyes que han otorgado derechos no hubieran existido con gobiernos o mayorías parlamentarias distintas a las que las aprobaron. Si por su partido fuera no habría en España ley del divorcio, del aborto, de eutanasia, de matrimonio de personas del mismo sexo, etc. La ley de reforma laboral no es igual la actual que la anterior, por eso el PP votó en contra. Negar la ideología a la política es como pretender hacer vino sin uva. Es llevar al absurdo la utilidad de la política para transformar la sociedad. Es, en definitiva, denigrar la esencia de la labor política y desembocar en la famosa frase que cuentan que Franco le dijo a Pemán: «Haga como yo, no se meta en política». En definitiva, si la ideología es la esencia de la política y ésta es el mal no sé por qué pedimos y esperamos tanto de la política.