Acertó Jordi Évole emitiendo la entrevista con Macarena Olona cuando toda España estaba de carnavales. La ambientación es importante en el teatro. El domingo el contexto y el atrezo de disfraces y caretas lo puso el calendario. La calculada trama fue tarea de la protagonista.
Las máscaras sirven para ocultar el auténtico rostro hasta que caen y el espectador descubre la verdad que esconden. Cierto es que Macarena lució varias caretas ante el espectador aunque justo es reconocer que al final de la representación cada cual vio lo que quiso y a buen seguro, no todos vimos lo mismo porque cada uno observa desde su propio pensamiento y experiencia.
Ella eligió un tono sereno, muy alejado del que conocíamos en las incendiarias e insultantes proclamas expresadas desde la hipérbole en su evidente afán por convertirse en la estrella más brillante del cielo de la ultraderecha española. Salvando las distancias me acordé de John Wayne en «El hombre tranquilo». Interpreta un personaje arrepentido de su pasado de boxeador que permanece sereno pese a las provocaciones para hacer que pelee. Ella, según confesó, practicaba ahora la contención y por ello, como el personaje citado, escondió su instinto y quiso mostrarse como una mujer nueva aunque, a mi entender, el esfuerzo fue en vano.
Su mejor interpretación fue la de los silencios largos y calculados: “no me vas a llevar adonde no quiero ir”, le dijo a Évole. Tuve la impresión de que Olona navegaba entre el dolor humano y el resentimiento político, entre la decepción y la rabia: “conmigo os habéis equivocado de cojones” (eso dijo textualmente). En todo caso, aunque sugirió irregularidades, comportamientos internos antidemocráticos (posible causa de ilegalización, apuntó) y actitudes mafiosas, eludió dar nombres y hablar claro de lo que ocurre en VOX. Esta mujer vivía, confiesa, en el corazón de un nido de serpientes pero no había notado nada raro hasta ahora. Nunca vio nazis, ni neonazis, ni nostalgias hitlerianas, ni xenofobia, ni homofobia, ni franquismo añorante. Entre tanto amor a España y tanta bandera creyó vivir en el paraíso y tras su bofetada en las elecciones andaluzas sufrió una epifanía y descubrió que VOX era un infierno manipulado por fuerzas malignas y demonios poderosos cuyas identidades no desveló. Se describió como su víctima y mostrando su angustia quiso conmovernos con su dolor.
Sin embargo, Macarena es un buen ejemplo del aforismo aristotélico de que todos somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios. Olona administró sus silencios a su conveniencia pero cuando Évole le recordaba sus palabras anteriores no se retractó de nada. Sigue siendo la misma solo que ha comprobado, como tanto otros en política, que no hay peor cuña que la de la propia madera. No lo duden, volverá.