Dibujar es delito
¿Cómo consiguen los niños ir directos al corazón de las cosas?, se pregunta Zofia, en la novela El bosque (Nell Leyshon), tras unas palabras de su hijo Pawel. Eso he pensado viendo el dibujo de una niña rusa sobre la guerra en Ucrania. Masha, de 13 años, dibujó bajo un sol reluciente bombas a punto de impactar contra una madre y su hija junto a la bandera ucraniana con el lema “Gloria a Ucrania”. En la bandera rusa se leía: “No a la guerra”. La niña enseñó en la escuela el dibujo patriótico que les habían pedido. Su dedo señaló la esencia de una guerra negada por las autoridades y así comenzó su tragedia. La maestra avisó veloz a la directora del centro y ésta a la policía. En un país democrático el dibujo hubiera ganado el premio pero en los regímenes totalitarios, los buenos ciudadanos acusan inmediatamente a las autoridades de que alguien puede estar poniendo en riesgo a las fuerzas armadas y al estado con armas tan peligrosas como unos lapiceros de colores y la inocencia de su noble corazón.
Así que en la Rusia de Putin la maquinaria delatora, al más puro estilo soviético, se puso en marcha de inmediato. Está prohibido criticar al ejército, no hay guerra en Ucrania, quien diga lo contrario es un enemigo de Rusia. Los muertos, que tampoco existen, desmienten a las autoridades cuando llegan pero manifestar el duelo está prohibido. Es imposible no recordar los siniestros sótanos de la Lubianka de los tiempos de Beria. Los sentimientos no importan, qué es el amor entre padre e hija comparado con la grandeza de la patria poderosa y excluyente. La policía los interrogó. Masha Moskaliov fue ingresada en un centro de menores y se amenazó al padre con quitarle la custodia. A Alexei Moskaliov, en un juicio relámpago, lo han condenado a dos años de cárcel, tras investigar su vida entera. Su hija le ha escrito una carta: “Papá, tú eres mi héroe”. Alexei ha huido, ¿les extraña? Los cómplices bielorrusos de Putin ya lo han detenido.
El poder sin contrapesos, ni límites, ni sentimientos absolutiza el estado y emerge el terror. Tenemos suerte de vivir en esta Europa democrática aunque nos decepcionen nuestros gobiernos. Que el dibujo de una niña lleve a su padre a la cárcel es inaudito pero es sólo un ejemplo de lo que allí ocurre, una prueba de que la maldad del estado existe y se renueva cíclicamente. Las vidas de padre e hija estarán marcadas para siempre, el amor los hace vulnerables y el aparato represor de Putin, copiado de la KGB, lo sabe. Ahora lo único cierto es la crueldad de un presente que condicionará el futuro. Anna Ajmátova, víctima del stalinismo, escribió: «Tanto que hacer el día de hoy:/matar la memoria, asesinar el dolor,/convertir el corazón en roca/y todavía disponerse a vivir de nuevo».
El dibujo de Masha reivindica la vida, hay esperanza.