Menos mal que Putin no está estos días para tontadas y mucho menos para visitar museos en Europa. Si así fuera hubiera podido ver en la exposición de Guido Reni, en el museo del Prado, la representación del viejo mito del dios Apolo desollando al sátiro Marsias, un tema recurrente en la pintura de los grandes maestros de los siglos XVI y XVII. Cuentan que Marsias tocaba estupendamente el aulós (oboe doble) y tuvo la genial idea de retar a Apolo que, como es sabido, tocaba divinamente la lira en un concurso musical. Como los dioses siempre se salen con la suya, con una trampa divina, consiguió que las Musas proclamaran su triunfo y eligió como premio desollar a Marsias por su osadía. Con una crueldad solo permitida a los dioses procedió a darle el merecido tormento.
Fue verlo y, no sé muy bien por qué, me acordé de Yevgueni Prigozhin, el líder de los mercenarios de Wagner. No pude evitar imaginar a Putin, en la soledad infinita que todos los autócratas padecen, recorriendo los interminables pasillos de algún palacio del Kremlin con las manos a la espalda y bufando enfurecido maldiciones imposibles de traducir. Seguro, pensé, que lleva días en un agitado caminar, mientras los lacayos abren y cierran las puertas a su paso, tramando el castigo más adecuado para su antes amado mercenario Prigozhin. Y es que los tiranos cuando cabalgan a lomos de la ira se comportan cruel e impulsivamente igual que los dioses antiguos.
Hubiera sido temerario pretender recordarle a Putin esta historia, no porque Prigozhin me dé pena, sino porque a buen seguro que anda sobrado de ideas para vengar la traición. Y es que el mundo entero especula estos días con la suerte que correrá Prigozhin tras la impresionante puesta en escena de su asonada contra Putin. Hay que reconocer que los precedentes no le anticipan una larga y tranquila vida a la sombra de un abedul. Es más fácil imaginarlo criando malvas ya que por cosas mucho menores todos los que han discutido el poder de Putin o realizado una leve crítica han terminado muertos, envenenados o en la cárcel sin juicio efectivo. Así que no me extraña que Prigozhin ande oculto en una habitación tapiada, bajo la supuesta protección de otro lobo, el títere bielorruso Lukashenko.
Que el propio Putin reconozca que el presupuesto ruso ha pagado a Prigozhin más de 1.000 millones de dólares en un año para mantener a sus mercenarios en el frente ucraniano da idea de la magnitud del escarnio sufrido por el cada vez menos todopoderoso líder ruso. No creo que las autocracias, España es un ejemplo, se desmoronen de pronto como «dos peces de hielo en un whisky on the rocks» pero el silencio y la pasividad del ejército ruso durante el motín hace pensar que el régimen de Putin se resquebraja por sus cimientos. Rusia vive ya un tiempo de lobos.